COMENTARIO SOBRE MI CONFERENCIA A LA ASOCIACIÓN DE VIUDAS DE ALMANSA

Por José María Redondo Tortosa.

Aunque hacía un frío siberiano, a las 7 de la tarde del viernes 3 de los corrientes cumplí con la promesa que les hice a la Asociación de Viudas de nuestra ciudad y me presenté en el edificio donde se ubican los Servicios Sociales para darles la conferencia.

Me temía que íbamos a estar casi solos las dirigentes y yo, pero me equivoqué totalmente pues la sala donde se celebró el evento estuvo abarrotada de mujeres, no todas viudas como luego supe, que no se arredraron ante la adversa climatología.

Durante el tiempo que estuve hablando, hora y media aproximadamente, procuré estar pendiente de la presencia de la prensa hablada, escrita y visual y tan solo las cámaras de la televisión local cubrieron el evento, el resto, periódico “independiente” de Almansa, corresponsales de la prensa provincial y emisoras de radio tal vez creyeron que un acto cultural propiciado por la Asociación de Viudas no tenía la entidad cultural suficiente como para molestarse en cubrirlo.

Claro que si se hubiera tratado de cubrir la elaboración de unas gachamigas en los aledaños del Paseo de las Huertas o una competición de bochas en el Paseo de la Libertad, no hubiera faltado nadie.

Ni los “negros”, “mulatos” o estómagos agradecidos quisieron asomarse para ver las caras de aquellas maravillosas mujeres, algunas de mucha edad, que desafiaron las malas condiciones atmosféricas para escucharme.

La ponencia o charla versaba sobre varios aspectos, el de la religión de antaño y la actual, la sexualidad en todas las edades y, especialmente, en algunas monarquías europeas como la rusa y la española, así como del falso cristianismo de ciertos sujetos que la ensucian y la desprecian.

Les advertí que esta charla iba a ser distinta a las que se les habían impartido con anterioridad y que al final, si alguna deseaba hacer alguna pregunta, con mucho gusto las contestaría. Y claro que me preguntaron y que les contesté, y que hubo hasta risas porque no me quedó más remedio que ironizar sobre alguna algo intencionada.

Para mi forma de ser y mi manera de pensar en lo tocante a la religión, mi  evolución ha pasado del cristianismo falso y apesebrado de los años de la posguerra, al posconciliar pero con matices.

Y a esa evolución ha contribuido poderosamente algún obispo de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que se negaba a oficiar funerales por guardias civiles asesinados por Eta porque, según sus propias palabras, no hubiera sido bien visto por su feligresía. Esto, desde cualquier punto de vista, es infame y canallesco, y contrario a los fundamentos básicos del cristianismo, basados en el AMOR.

Pienso que de ser cristiano no se debe presumir, como tampoco de no serlo. Pero lo que jamás aceptaré es que alguien presuma de cristiano y luego, en su diario acontecer, sea un falso, hipócrita y mala persona. Éste es peor que cualquier otro porque encima se engaña así mismo.

Ver a un meapilas darse golpes de pecho en la Santa Misa para acto seguido escupir al mendigo que había en la puerta de la Iglesia pidiendo una limosna para aplacar el ruido de sus tripas, es bochornoso.

Hemos pasado de escuchar a un cura decir que si ejercías el onanismo podías quedar ciego, o sea, que podías pasar de ser un buen carpintero a vender iguales, al póntelo, pónselo y a abortar a chiquillas de 15 ó 16 años.

Hemos pasado de la bofetada del padre a su hijo por un mal comportamiento, a la denuncia del hijo a su progenitor por un hecho similar.

Hemos pasado de una sociedad atemorizada por las condiciones políticas a otra acomodaticia, apática e indolente. Al encogimiento de hombros ante los desmanes de quienes han hecho de la política, de los medios de comunicación, de la banca, del empresariado un semillero de sinvergüenzas, vividores, depredadores y trincones. No todos, claro está.

Yo no deseo que vuelva aquella sociedad en la que me tocó padecer toda clase de penurias, quiero una sociedad limpia de sinvergüenzas, meapilas, falsos cristianos, hipócritas y mentirosos. Quiero dejarles a mis nietos una sociedad en la que todos se respeten, se toleren y se amen, donde nadie se encoja de hombros ante una iniquidad y sean denunciados para que no prospere la inmundicia.

Y quiero decirles a esas viudas, al frente de las cuales está una maravillosa mujer, Geno Zoroa, que siempre las tendré en la memoria, que sus aplausos me aliviaron de los sinsabores que a diario soportamos de tanto mequetrefe moral e intelectual.