Poemas ripiosos eróticos-irónicos-festivos (XXXII)

EL CABRERO SE CASÓ..
Para el señor Blas, el cabezón.

Por el Vizconde de la Pitusa y la Vizcondesa de la Pepitilla.

Al regresar a la aldea, una vez lo licenciaron, sus padres no le obligaron a volver a su tarea pues tenían nuevo pastor que atendía bien al rebaño y llevaba más de un año haciéndolo con primor. Un día su padre le dijo: Cuando te fuiste al servicio noté en las hembras el vicio de encularse con mi pijo. Cuando llegaba el cabrero y las metía en el redil se acercaban hacia mí y me ponían su trasero. Como conozco al ganado y sé lo que da de sí muy pronto me apercibí que te las habías follado. Todas me restregaban sus rajas en la bragueta y ninguna estaba quieta mientras a mí me sobaban. Y el muchacho confesó que un día que un macho follaba su verga se le empinaba y a una cabra la folló a la diez de la mañana. Y al despertar de la siesta quiso seguir con la fiesta y se tiró a una de lana. Y así se fue acostumbrando a echar dos polvos por día, uno cuando amanecía y el segundo regresando. Los catorce años cumplidos tenía cuando echó el primero, bajo un pino piñonero, con jadeos y resoplidos. Y siete años después se acabó lo qiue se daba porque en el cuartel se hallaba y no folló ni una vez. Y al echarse en la litera se acordaba del ganado, de las que se había follado recordando a la primera que fue la cabra Sabrina, a la oveja Mazagatos que le dio mjuy buenos ratos follando bajo una encina. De la llamada Duval, oveja de pan y moja, y de la cabra Pantoja que se hacía de desear porque al follarla ponía los ojos de cabra loca y se le torcía la boca cuando al final se corría.

La más bella era la Flores, porque era oveja de ley, como otra de nombre Rey del rebaño, las mejores. Y la llamada Cantudo, cabra de teta mediana que la follaba con gana después de un breve estornudo. Y a otra nombrada Arroyo, oveja rubia y risueña, esbelta como cigüeña y bella como un pimpollo. Y la Suárez, la Cervantes, la Garbiñe y la Juncal, las cuatro de armas tomar, espléndidas y elegantes. La Coral y la Pedraza con la Sastre y la Molina, bellas como aguamarina y estandarte de la raza. A todas les puso nombre de mises y de famosas, españolas como rosas, de conocido renombre. Pero tenía que llegar lo que al fin le aconteció y es que un día se enamoró de una joven del lugar. La chica no era agraciada pero estaba muy hermosa, rubia, con cara pecosa y figura estilizada. Tres años la cortejó y aunque quiso un día estrenarla no pudo nunca follarla y es porque ella se negó a echarse sobre la cama hasta el día del casamiento. Y al llegar ese momento pudo sofocar la llama. Por estar acostumbrado se la puso a cuatro patas y le metió el abrelatas por el ojete enmierdado. Ella lanzó un alarido y empezó a refunfuñar diciendo que aquel lugar tenía otro cometido. Que el chocho estaba debajo, en la hermosa pelambrera, y que allí se lo metiera para follar a destajo. Y le costó acostumbrarse a follar a su mujer debajo o encima de él y de la cabra olvidarse. Acostumbrado a las rajas, y en la milicia a las pajas, el chocho de su mujer no le daba igual placer.

Pareja
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