- a ese torito tienes que castigarlo; dale unos doblones , unos ayudados por bajo que oigas las vértebras
- <¡relájate! a mi nadie me dice lo que tengo que decir, cuando lo tengo que decir, ni donde lo tengo que decir [remarcando mucho el tengo] . Y sigue - no es momento de tirar los trastos a la cabeza y yo no he tirado de momento ningún trasto. Y continúa - casi tengo que darle la razón a Calero. Y aún más - yo no soy del PP. A Collado le sale una mueca de desconcierto [quizá pensaría “átate bien los machos”] al tiempo que - ¡pero no te entiendo!. Y el otro - ¡qué no te entiendo!>
El respetable presencia el rifirrafe verbal que tienen los socios en el burladero. El agarre no llega a las manos pero los más puristas presienten algo. Mientras tanto “el niño de la fiesta” embozada su barbilla en la esclavina del capote se estaría regodeando y relamiéndo de gusto.
Decidido “bombonero” a endulzar a todos, brinda desde los medios al público, lanza la montera con donaire y le cae hacia abajo ¡suerte vista y al toro! (se desea asintiendo). Cita agitando la muleta de lejos provocando de inmediato la arrancada del astifino y le aplica una pedresina para causar impacto en los comienzos
Ya está correteando por el ruedo el segundo “propósito”, ensabanado y corniveleto de gran alzada y aspecto orgulloso; lo que le hace meditar al “niño de la fiesta “ <> y que ante semejante cornamenta debe templar la embestida y no arriesgar demasiado. Detiene el trote de la bestia y al modo de los subalternos, arrastrando el capote, lo coloca junto a las tablas; retrocede, para luego más confiado enjaretarle unos delantales, seguidos de una vistosa serpentina . Ante el picador, el torote es remiso al embroque después de sentir el primer puyazo y el espada manifiesta su disgusto ¡manso, es más manso que los que no van a Toledo! murmura el público cercano que se siente perjudicado <> ;
En el tercio de quites se limita a quitar el toro del caballo sin lucimiento posterior que incitaría a encontrarse con “el chaval de la calle” su más duro rival, y quiere que la tarde no se le tuerza.
El respetable le pide que saque lo que lleva<> y cambiando de estrategia va y enjareta un par de verónicas largas que remata con una chicuelita ajustada Coloca en tres veces adecentado los garapullos avivadores sin tener que salir por piernas a “tomar el olivo”, es más se adorna con su fácil correteo con la mano cercana a la testuz. El tiempo es para él, y tras brindar sin aspavientos, conduce al corniveleto donde se reunen los papelitos por el ligero viento que sopla intermitente. Templa la embestida con algún derechazo, molinetes por un lado y por el otro hacen que la faena vaya tomando intensidad, que se transmite hasta el tejadillo; eleva su inspiración llegando al culmen cuando después de un mínimo trasteo y tomar el paño con la izquierda endosa media de docena de naturales ligados <> tan ensoñado esta que corta el aire un aviso. Toma del mozo de espadas el estoque de verdad y tras algún desplante, en el volapié pincha en hueso una tras otra, el respetable se enfría, hasta que cae el astado sin puntilla; al “niño de la feria” le cae un sudor por detrás de sus lentes. Recibe aplausos a los que corresponde levantando el verduguillo que no llegó a utilizar.
La tarde cae, se nubla, el recinto parece más recogido en lo que pueda suceder, ambiente expectante. El “chaval de la calle” eleva a dos manos el capote de brega y decidido echa rodillas en tierra frente a la puerta de los miedos a recibir a porta gayola; extiende con firmeza la tela. De la oscuridad emerge bien armado un cenizo bizco careto y calcetero que va al paso; cita con el grito y agitando el trapo, allí va el morlaco con violencia a lo que se mueve; con algún leve desajuste en el acompañamiento realiza una larga cambiada dándole salida cuando parecía que el agarrón era inevitable, y los pitones le rozan los caireles. Se levanta un poco tambaleante pero envalentonado y corre desaforado al encuentro con el percal del engaño por delante
Con unas frenéticas verónicas rematadas con media belmontina, lo conduce a la suerte de varas, donde el animal entra por derecho y encelado, ¡tiene casta y poderío! se oye, imitando al ronquillo; no le compiten en el tercio de quites, todo para él, el lidiador se luce con navarras, galleo del bu (raro de ver, en desuso, envolviéndose al girar el capote por el cuerpo) y escobinas,
¡Taparos, dejadme solo! ordena a sus peones. La montera del brindis le cae boca arriba, pero ni la mira. Se oye ¡ahí lo tienes chaval bailaló! Él va a su repertorio, sin pases de tanteo ni de castigo brota el tremendismo, menos importa la ligazón y el temple, se espatarra y pega trincherazos por doquier que encandilan a la concurrencia, sigue con redondos de derecha [explicando el procedimiento para conseguir subvenciones públicas] junta las manoletinas y estilizado imprime una trincherilla (para seguir sin solución de continuidad) que anima al personal, se carga la franela a la izquierda y citando de frente endiña cinco naturales seguidos que levanta al personal de sus asientos, solo le falta “el salto de la rana” que evita para no provocar división de opiniones, y en su lugar como un don Tancredo ejecuta media docena de manoletinas, erguido, mirando al tendido que tiene levantado; cuando hay un clamor general conquistado inusitadamente cambia su estilo y aunque sean adornos templa y carga la suerte al tomar bien el engaño, se serena
En la suerte suprema decide jugársela al encuentro y la suerte le es esquiva con el acero, le arrea un bajonazo que degüella; vaga herido el animal sin rendirse por bravura, suena un aviso, resiste sin doblar tanto que suena otro aviso cuando se desploma. El desencanto lo mitiga algunos aplausos de reconocimiento.
Por el oficio en la brega no tuvo apenas que intervenir el director de lidia, que por su pinta se me asemeja, más que torero, como el Clark Gable almanseño
En los corrillos de la crítica se oye que los tres trataron de sacar el máximo provecho. Faenas aseadas sin quedar maltrechos, abandonan el coso impolutos pues no llegaron a rozar piel en los lances fundamentales. Ninguno pudo salir por la Puerta grande y el público los premia con aplausos en esta plaza generosa ya que en una plaza más exigente, de 1ª. categoría , hubiera habido división de opiniones o como mucho un respetuoso silencio.
Y ya me callo.
P.D.
No sé si en este oficio,
espectáculo en decadencia,
obtendrían pingües beneficios,
pues a nada lleva ir contra querencia.
Hubo una novela contra las novelas de caballerías y fue la mejor y última de ellas. Las corridas de toros están a la baja por eso me cuesta escribir esta última y peor crónica taurina.
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