Poco que decir queda y que no se haya dicho ya de Adolfo
Suarez. Tan solo quiero añadir, con el respeto
que se mereció y merece su memoria, que
ha sido el primer y único presidente de gobierno que lo ha sido para servir a
su pueblo en contra de sus intereses y
no servirse de su pueblo para sus propios intereses, que dimite cuando no se
siente respaldado sin vocación de perdurar indefinidamente caiga quien caiga.
Representó otra forma de hacer política. Legisló con la
dictadura para el pueblo y con el pueblo “Ley
para la reforma política aprobada por los Procuradores en Cortes designados y refrendada
en referéndum popular“, y con la democracia para el pueblo y con el pueblo “Constitución Española elaborada y aprobada
por parlamentarios electos y refrendada en referéndum popular”. Ahora es
otra cosa, lo que importa no es ni para ni por el pueblo, son los intereses del
mercado, de los partidos políticos y de sus dirigentes el único interés del político.
Ha muerto el último político con el talante suficiente para
conseguir separar la ideología del pragmatismo necesario para no perder el tren
de la historia y con la muerte del Duque de Suarez ha muerto una época en la que lo que importaba era que
el pueblo hablara, por encima de los intereses de partido.
Homenajeo a quien supo coger la llave del cajón, abrir la
cerradura de la ventana desde la que hablamos los ciudadanos, encajarla contra la
pared y tira la llave al mar para que se pierda y no poder cerrarla jamás. Lo
malo es que desde esas ventanas, ahora desvencijadas, o ya no nos interesa
hablar o no nos dejan hablar porque estamos liados en poder sobrevivir. A quien
antes de sucumbir a los mercados, al Banco Mundial, a la Bolsa, a la
dependencia energética, supo pactar con los partidos, empresarios, banqueros y
sindicatos una política económica más justa, más equitativa y más humana.
Quizás lo único que me pasa es que soy un nostálgico de los panfletos,
de las caravanas electorales y de los
mítines pero le respeto porque se lo mereció.
Evaristo Pitaluga i Poveda