Nacho Álvarez y Bibiana Medialdea en el artículo “Financiarización, crisis económica y socialización de las pérdidas”, publicado en el número 100 la revista VIENTO SUR, comentan que “Una característica central del desarrollo capitalista de los últimos treinta años es la eclosión recurrente de crisis económicas de origen financiero, cuyo último capítulo es la crisis actual: crisis de la deuda externa en la década de los ochenta, crisis financieras en México (1994), el sudeste asiático (1997), Rusia (1998), Brasil (1999) y Argentina (2000), crisis bursátil vinculada a las empresas tecnológicas(2001), etc.” Hasta la actual de las hipotecas basura en EE. UU. Extendida al mundo entero por medio de la globalización de la econimía.
Comentan también que desde el momento en el que llegan al poder gobiernos liberales, conservadores e incluso socialdemócratas, en prácticamente todos los países, se inicia un proceso de desreglamentación sobre el crédito y los mercados de acciones, así como la liberalización de los movimientos internacionales de capitales (que se conectan entre sí), y a la vez aplican políticas económicas que impulsan de manera formidable mercados como los de deuda pública, de divisas, de obligaciones, y de nuevos productos financieros que no representan activos reales, sino que se sustentan sobre otros activos financieros. Se registra un crecimiento colosal del “negocio financiero”.
Pero lo que realmente debería haber preocupado a estos políticos, y no lo hizo, es que estos negocios realmente no estaban relacionados, o mejor dicho conectados, con la economía productiva. Comentan Nacho y Bibiana, como dato representativo de esta realidad, que mientras el PIB mundial, a precios corrientes, se ha duplicado entre 1990 y 2005, el volumen de transacciones en los mercados de divisas se ha multiplicado por 3,5, el de deuda pública y el de derivados por 4, y el de acciones por 9; pero lo atípico y curioso es que desde la década de los 80, se generan más beneficios fundamentalmente a través de los canales financieros, que de las sociedades no financieras, el comercio y la producción de mercancías.
El capital financiero se revaloriza en un circuito propio, ajeno a la realidad de la economía real, creando para ello enormes bolsas de capital ficticio y de burbujas especulativas que no financian la actividad productiva. Y esto lo corrobora el hecho de que los volúmenes de negocio en los mercados financieros desbordan el valor de las variables económicas fundamentales, como expresión de la riqueza real producida, como puedan ser el PIB, la inversión empresarial, el comercio internacional o el nivel de reservas mundiales. Los datos que aportan Nacho Álvarez y Bibiana Medialdea son demoledores, por ejemplo, en el mercado de divisas, el volumen de divisas negociado en un solo día en 2006 era muy superior al valor diario de las principales variables de la economía real (15 veces superior al PIB mundial, 60 veces superior al comercio mundial y 800 veces por encima de la inversión extranjera directa internacional); las bolsas han sido un ámbito privilegiado para la formación de estas burbujas financieras porque, por ejemplo entre 2002 y 2007, mientras experimentaban crecimientos del 15% al 25% anuales, la actividad productiva real estaba creciendo a escala mundial en torno al 3-4%.
También comentan que algunos autores creen que “la economía mundial contemporánea presenta una situación en cierto sentido similar a la de principios del siglo XX: poderosa hegemonía del capital financiero internacional, predominio de dinámicas especulativas y atonía del crecimiento económico”.
Advierten que “esta dinámica de acumulación de capital ficticio desconectado de los propios fundamentos de la actividad productiva tiene límites evidentes” como sugiere el sentido común..Añaden que “los beneficios derivados de la compra-venta especulativa de activos (divisas, acciones, inmuebles, etc.) terminan desinflándose en el momento en el que los agentes que compran a precios inflados perciben que la desconexión con el valor real es tal que no será posible seguir vendiendo a precios especulativos, condición necesaria para obtener beneficio especulativo con la operación“, desde ese momento resulta imposible casar todas las deudas contraídas por los inversores financieros con las mercancías de la economía real, pasando a ser un “capital ficticio” y, como en todo mercado, antes o después los precios vuelven a conectarse con el valor real, los valores especulativos desaparecen, como si de humo se tratara, y es cuando estallan las burbujas especulativas.
Pues bien, la ofensiva neoliberal propone realmente la obtención de beneficios asociados a la actividad financiera en base a la formación de burbujas especulativas, en vez de conseguir restaurar la dinámica productiva ya que es incapaz de restaurar de forma sostenida el proceso de valorización del capital, y obtiene los beneficios a base de sacrificios crecientes en las condiciones de vida de los asalariados. Pero la realidad es que este sistema económico no es estable y conlleva la proliferación de crisis financieras. Recordemos: crisis financieras en México en el 94, el sudeste asiático en el 97), Rusia 1998, Brasilb1999, Argentina 2000, crisis bursátil vinculada a las empresas tecnológicas(2001), etc.
Una vez inmersos en la crisis solo hay una salida, y la socialización de las perdidas no debe ser la solución, por injusta. John Maynard Keynes autor del libro “Teoría general sobre el empleo el interés y el dinero”, publicado en 1936 como respuesta a la Gran Depresión en los años 1930, postuló que en momentos de estancamiento económico, el estado tiene la obligación de estimular la demanda con mayores gastos económicos y consideró la política fiscal como un instrumento decisivo para ello; describió tres maneras que el Estado tiene para financiar esos gastos: 1.- Aumentar los impuestos. 2.- Imprimir más dinero (que dentro del entorno de la moneda única ya no es posible) y 3.- Endeudamiento (mercados financieros internacionales). La reducción del gasto público no se contempla puesto que es la solución propuesta.
Pues bien, al igual que Keynes creo que el incremento de impuestos es legítimo si se orienta al aumento de la inversión pública. Pero los impuestos directos y progresivos, no los indirectos (excepto el de lujo ya desaparecido) dado que el estado no debe perder de visa una de sus funciones social, política y económica, la redistribución de la riqueza mediante una política fiscal justa y equitativa. Por el contrario el endeudamiento no es la solución ya que, al final, una gran parte de lo que se recauda en impuestos tiene que destinarse a costear la financiación del gasto y acaba el Estado teniendo que poner esa deuda en mercados especulativos no controlados por él.
Termino pidiendo a los lectores que recapaciten y analicen la realidad actual, las salidas a la crisis propuestas, los colores políticos de los gobiernos actuales y las semejanzas con el pasado. Si una cosa es cierta es que en economía los periodos son cíclicos. Un dato, a principios de los años ochenta políticos liberales y conservadores como Thatcher, Reagan, Khol, .... impusieron toda una batería de medidas, que serían posteriormente asumidas también por Mitterrand, Felipe González, Clinton, Blair, Schröder, Jospin, etc. – líderes de partidos socialdemócratas y laboristas -, como son la privatización del sector público, apertura externa de las economías, así como la liberalización y desreglamentación de los mercados laborales y financieros. A estas medidas políticas se une la propia ofensiva patronal en el seno de las empresas y una legislación laboral contraria al interés de los trabajadores, abriendo la puerta a la multiplicación de las figuras contractuales, el incremento de la precariedad laboral y la quiebra de la capacidad reivindicativa de los asalariados por cuenta propia y ajena. Además los gobiernos mencionados permiten al capital apropiarse de espacios fruto de conquistas sindicales y sociales históricas, que se encontraban protegidos: sistemas de sanidad, viviendas públicas, pensiones, servicios sociales, sistemas financieros públicos, etc. A este paquete neoliberal posteriormente se le conoció como el “Consenso de Washington”.