La “tasita de plata” recalentada se alivia algo por la brisa que le entra por los cuatro costados; ¡pero qué caló!.
El catamarán surca cabeceando de proa, abriendo y rompiendo en estela de
Dejemos. Siendo más prosaico y realista se me va la intención y la vista hacia el pequeño mundillo de la retórica política local. He podido ver repetido algunas porciones de los dos programas de debate (de los que he dejado mis impresiones con frecuencia) de la semana pasada. ¡Va!, cuatro impactos para adormecer al gusanillo:
¡Qué obcecación por interrumpir al oponente!; y no aprenden. En “Almansa al día” (2 – 5 – 10)
Antonia Millán se puso reiterativa hasta la desesperación (después que Marian Tomás se quejase ¿exageradamente? de que le interrumpía) con el inservible argumento de que cuando no dicen la verdad no puede callarse y que cuando diga verdad no la interrumpirá. Eso no vale, ¡entonces juega con ventaja quien es incapaz de retenerse!. Pero es que esa debilidad se vuelve contra ella cuando lo observa la ciudadanía, pues un político debe tener temple que es distinto que debilidad o pasotismo; le da mucha integridad el saber guardar todo el argumentario y sin dejar ni una pasarlo en su turno de manera clara y contundente. En cambio estuvo machacona, para poner de manifiesto que se están haciendo cosas, después de citar cada hecho realizado “eso también lo estamos realizando” reiterando, martilleando. Millán, emplea bien, cuando duda y se queda un instante “colgada”, su sonrisa-risa desarmante. Las mujeres, en general, tienen un pico más fino y sutil que sus congéneres, lo saben guardar sin olvidar para sacarlo sutilmente. Cuando Tomás le pregunta por el coste de una Consultora, Millán le pone de manifiesto indirectamente que las facturas las tiene en el Ayuntamiento, para no tener que sacarlo aquí y le corresponde preguntando cuanto costó la máquina de agua. Parece resistirse Millán a dar el número. La presentadora de estampados colores, está brillante cuando no lo deja pasar hasta que consigue que Millán diga la cantidad 15.000 €. Tomás que se muestra respetuosa dejando hablar sostiene que han sido 23.000€. Revuelos, el consabido “entiendo que te duela”, embrollo. Y Garrido «Antonia, déjala hablar » «la gente pierde el hilo de lo que se estaba diciendo» , sigue refulgente pero atenuado (en el verde que destaca) como su atuendo
Millán lanza un órdago, en que partiendo de que hay que saber leer las facturas, que pida disculpas públicamente cuando se las enseñe; y hay queda, rebajándole con que quizá ella no lo sepa y se lo hayan dicho sus compañeros.
Gran debate en El Candil (3 – 5 – 10). De lo que he conocido de refilón, destaco la intensidad sin aspavientos, la preparación y la afligida Doñate (ella que tanto aguante tiene y que encaja tanto los reveses) esta vez estaba tan dolida que apenas se mostraba quejumbrosa. De los trozos que he contemplado, aparte de los argumentos tan conocidos en medios de comunicación más extensos y que los protagonistas locales trasladan en este ámbito, hago algunas citas del saber estar y decir.
Está Pardo desarrollando su ¿previsto? discurso y suelta un “latigazo” a Cerdán «no me mires así». Cerdán aludido tan directamente hasta en los gestos empieza con «te miro» y sin dejarle seguir Pardo «estoy en el uso de la palabra». Esto es, ¿incita para después reprochárselo? y lo refuerza con «estamos en las intervenciones de cada uno». Comentario: si se es tajante nunca se le puede interrumpir, es como si se hablara desde el estrado. A no ser que el que está en posesión de la palabra aluda en algo tan directo que espere una contestación del aludido. No fue así, y quizá Cerdán cayó, o es que lo hizo porque momentos antes el presentador había anunciado después de hablar en una primera ocasión todos, y Pardo estar haciéndolo en la segunda, el coloquio podría admitir pequeñas cuñas oponentes. De cualquier modo Cerdán se lo gravó in mente de tal manera que dijera que dijera estaría absolutamente callado. El contraste viene después. Habla Cerdán, y Pardo le trata de contener inconsecuentemente
vez tras vez, y lo más curioso o asombroso es que Cerdán no se inmutaba (cuando podía haber
espachurrado por contraste, la actuación impropia de la educación que se reclama); posiblemente quisiera poner de manifiesto que ante la falta de respeto, él sigue su discurso; pero es que además lo hace sin solución de continuidad empalmando una frase con otra ignorando las exclamaciones que le hace con puntilla Pardo; podría sospecharse que le reta y que no habiéndole interrumpido anteriormente, le permite incluso que él lo haga, y tapa con su fluidez los tropezones que le va poniendo Pardo. Parecía que le diese cancha, que le retase incluso concediéndole el uso de la interrupción. Me queda la duda si Cerdán se daba cuenta de todo esto. Tampoco conozco como personas fajadas en estas lides hasta que punto se dan cuenta o valoran lo que trasciende su comportamiento a contracorriente de la opinión popular.
Una llamada telefónica criticando al moderador en cuanto al descontrol ante la alteración que practicaba Pardo, que interfería la fluidez. Pedía el televidente la concesión de tiempos. El presentador estuvo sumamente educado y receptivo, pero no por eso dejó de interpretar el debate como él mismo lo concibe. Y es que efectivamente como dice, no se está en un debate electoral con concesiones estrictas de palabra y tiempos medidos, que lo harían demasiado soso quitándoles el picante de ver como reprimen o no su habla, gestos, tensiones que le dan el acicate y la emoción. Por tanto ni una cosa ni otra. Es razonable la protesta del telespectador y comprensible su deseo. El debate ha de tener vida en cada instante y cierta flexibilidad. Sí que el conductor debe reconducir, ordenar, incentivar, dejar hacer y decir hasta cierto punto, velando por que el que habla pueda hacer llegar al telescuchante lo que quiere decir. Se puede decir que, si al que le alteran no se inmuta, pues será que no le importa, con lo que el pesentador puede dejar incluso que transcurra así, y que el pueblo valore los comportamientos; pero (muy importante), si el que está en el uso de la palabra se ve incapaz o pide ayuda al moderador, por no conseguir que su oponente le atosigue; ¡ahí sí debe intervenir con autoridad y poniendo de manifiesto la irrespetuosidad del alterante. Claro es, esto, con total imparcialidad.
Más tarde Calatayud y Pardo tienen una agarrada (no de manos) Es asombrosa la defensa que hace Pardo de la disminución de consejerías con la pobre e incompleta comparación de que aquí hay más concejales liberados que consejeros; ¿y la estructura del organigrama en cada caso?; Calatayud estaba algo apagado recriminándole con un tenue «que es un master en enredar», no remarca que si ahora con menos consejerías los servicios y efectividad no disminuyen, ¿por qué en situación normal no se ha organizado así?.
Y ahí se corto, hasta aquí y algo después vi.
Hernández estuvo muy ajustado y equilibrado no constriñendo el debate para no quitarle gracia e improvisación.
En lo que pude ver y oír, hacia el final si que se echó en falta lo que también es labor principal de un presentador y, es acuciar a los hablantes para que afinen sus declaraciones y en caso de no hacerlas ellos, las clarifique él; este es el caso:
Dice Calatayud que le da un palo a la Administración por que no se sabe si va a haber estación por el hondo. Pardo le devuelve el palo por que los que antes negaban ahora pedían (qué gran habilidad para dar la vuelta a las cañas y lanzas). Calatayud no replica ¿por que no podía en estos turnos o por que no quería?. Aquí sí que, ante la falta de precisión, hubiera sido adecuado que el presentador-encarrilador hiciera saber que se suelen englobar las vías en su conjunto y más por el lado que les interesa, y detallar que una cosa es el trazado del AVE y otra es el trazado actual y que una cosa no es físicamente incompatible con la otra. Luego se esperaba algo de esto último con la intervención de Cerdán, pero nada, se fue por las rutas del Senado.
Oshú. Musha cordialidad
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