Nunca digas “de esa agua no beberé” ni “ese médico no es mi padre”. Pues, como ahora daré razón, yo bebí la que creí nunca bebería y no tuve por padre a un galeno, no, sino a tres. Sepan, primero, que todos me conocen por Bartolo Expósito. Sea lo de Expósito porque, contando yo unos tres años y no muchas más onzas de peso, amanecí en un cesto que alguien, por ver si recibía tratamiento de balde, dejó colgado en la reja del médico de Jalance. Nochevieja de 1800: el siglo pasado y yo dábamos las boqueadas. Tenía tan mal pelaje que el doctor dudó darme alimento o entierro. Y como optó por lo primero, siempre lo tuve por verdadero padre.
Medrando entre pomadas y potingues, pasé la infancia a la sombra del buen doctor. Tras su muerte por el cólera de 1812, su sucesor Don Dionisio, galeno de tan mala uva como de buen vino, me jubiló de mancebo por un asuntillo relacionado con la “inexplicable” mengua del tonel con el que se “desinfectaba las manos”. Así, me vi en la calle y desamparado. Por no tener donde ir y por natural inclinación empecé a frecuentar la taberna del pueblo. Allí coincidía con las fuerzas inglesas que nos ayudaban a luchar contra Napoleón. Como quiera que los hijos de la Gran Bretaña, llamaban a la taberna “Bar”, y como yo estaba en el “Bar” “to” lo que podía, dieron todos en llamarme “Bar-to-lo”, con tal éxito que no hay memoria ya de mi antiguo nombre. Así, pienso yo que, por esas, el mundo debe estar repleto de Bartolos.
Pocos meses después, tras días de borrachera mantenida, di con mis huesos en un cuévano que los tarambanas de mis amigachos arrastraron al pie de la reja en que me abandonaran de pequeñín. Y allí, en madrugada invernal, don Dionisio (desde entonces mi segundo padre) me encontró aterido y borracho, pero aún coleando. Y se apiadó de mí. Y me socorrió. Y me aherrojó a la vida. Y me perdonó las incursiones que hiciera a su tonel. Y me acogió de nuevo. Así, si por navegar ¡una sola vez! en canasto, Moisés llegó a lo que llegó, yo que iba ya por la segunda singladura cestera no iba a ser menos. Pues al poco logré el puesto de mancebo, practicante, capador, sacamuelas y ayudante del doctor, que todo viene a ser lo mismo. Y con fe y celo desempeñé ese variado oficio durante largos años.