EL PERSONAJE

HONORATO PIERA ALBEROLA
por Angel AbelNavarro Navarro

Con un mono raído y zapatillas, rotas a veces y con frecuencia enlodadas, se presentaba incluso cuando sus conciudadanos vestían ropas domingueras. Ningún foráneo barruntaría sus dos carreras (químico y farmacéutico), su cargo profesional ni su estrellato juvenil. “Los títulos sociales son bisutería barata”, decía.

De niño subía a la cama dando una voltereta. De joven, su modo de locomoción era la carrera. En el monte corría siempre por caminos de cabras, y luego fue un atleta. Obtuvo el record de Levante en carreras de 400 m/vallas y lo mantuvo bastante tiempo. También en salto de altura recibió muchos trofeos. Cuando se celebró la olimpiada de Roma renunció a asistir para dar prioridad a los más jóvenes.

Tuvo numerosos amigos de todas las clases sociales e ideologías. Amigos íntimos, incondicionales. En un libro inédito que escribió sobre animales de la zona y que aparecerá próximamente, se trata ampliamente esta faceta.
No exteriorizaba su saber y experiencia. Convocaron un concurso para obtener dulces adaptados al clima de la India y lo ganó. Fue enviado a aquel país asiático para iniciarlos en la producción y volvió con varias anécdotas sobre la “impureza” de la mano izquierda.

En la fábrica, como director del equipo investigador, nos ha dejado varios escritos dirigidos a sus químicos. Entresacamos:

“Estimados compañeros,

Colaborar es conseguir, en términos de resultados y personas, que dos más dos sean más que cuatro. Esta difícil misión de conseguir que un grupo contradiga las leyes matemáticas, me ha sido encomendada y el mero hecho de aceptarla me convierte en un pretencioso que puede despertar suspicacias.

Sin embargo, en este aspecto, creo ser la persona más adecuada por ser inmune a la envidia: mis amigos me dejan irme solo con sus mujeres, en la empresa nadie teme que le quite el puesto, y si en un debate se agotan los recursos de la razón y la dialéctica, a nadie se le ocurre, ni a mí tampoco, que voy a imponer mi criterio por la fuerza. Eso de no despertar ningún temor resulta un poco molesto al principio, pero al final acabas acostumbrándote y yo ya estoy en esa fase”.

Sobre Jalance, o mejor, sobre su Naturaleza, de la que decía estar enamorado también dejó varios escritos. Entresacamos:

“En la Muela de Jalance, en el Abrigo de las Monteses, hay unas pinturas rupestres que revelan el concepto de los valores humanos que tenían unos hombres con los que probablemente tengamos poca o ninguna relación de sangre, pero que tuvieron la suerte que compartimos muchos de nosotros: haber vivido en esta tierra. A todos nos educó el mismo entorno natural, y parece que eso condiciona el carácter de manera más acusada que la herencia genética.

Yo aprendí a escuchar la música que nunca cansa en Jalance. Cuando dormía al aire libre para pescar anguilas con cuerdas, oía el sonido del agua en los reciales, el del aire al pasar entre las hojas de los pinos, el de las ranas, el del cárabo, que nosotros llamamos calvo, el del ruiseñor y tantos otros que sigo oyendo siempre que puedo. Con esta melodía me arrullaba esta bondadosa tierra que también me daba agua cuando tenía sed, moras, setas, espárragos y caracoles cuando tenía hambre como si fuera su hijo indefenso.

Aquí conocí la grandeza de la verdadera amistad. Aprendí y empecé a querer. Dentro de mí, sin pedirme permiso, igual que hacen los pájaros, anidó mi amor por el pueblo. Ese amor ha sido calificado de desproporcionado, patológico y antinatural, como la zoofilia o algo así.

Yo tenía la conciencia de que mi grupo de enfermos mentales con la misma patología era muy numeroso y me sentía acompañado, como deben sentirse los alcohólicos anónimos. También me di cuenta de una característica común a todos los componentes de mi grupo: ninguno queríamos curarnos…”

Un fino sentido del humor le acompañó siempre. Cuando, como estudiante pasaba apuros económicos, decía:

“Hago de mi dinero como los reyes medievales con sus hijos: lo comprometo antes de nacer”. O de tiempo: Ese oro que el usurero del reloj no deja de contar”.

Su hermana le encargó la búsqueda de una foto y siempre respondía con un rasgo de humor:

“Tu foto creo que estará en casa, cumpliendo la misión de mis copas: evitar que las pobres moscas mueran de oclusión intestinal”.

En el 2003, tras un viaje a Perú, se encontró muy mal. Los médicos diagnosticaron cáncer de pleura inoperable, y le pronosticaron dos meses de vida. Les dijo que podían investigar con él. Con un tratamiento duro y continuo que le iba deteriorando todos los sentidos, duró siete años.

Creyente profundo y practicante a su modo, la Naturaleza le hablaba de Dios. Un ejemplo de oración suya al final:

“Señor:

No quiero parecer ante nadie agnóstico ni desagradecido, pero como no podemos desear lo que desconocemos, mi espíritu nostálgico te pide que si, como espero de tu indulgencia, me concedes tu Paraíso, me concedas de vez en cuando unos días de “vacaciones” con mi cuerpo para ver los paisajes y las monteses, oír la brisa y los reciales, sentir el frescor del agua y comer en la casilla de Los Baños patatas fritas con fuego de leña.

Gracias porque antes de acabar mi vida, ya me has concedido un adelanto de tu Paraíso”.

Falleció en Mayo de este año. En activo, sin guardar cama, se durmió solo en Jalance, donde él deseaba. Como dijo Casona, “LOS ÁRBOLES MUEREN DE PIE”.