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viernes, 1 de octubre de 2010

LA CUEVA DEL “OLIAÓ” (I)

Por José Vicente Poveda Mora

El mensaje moderno y actual que emana por la cara de este cuento moneda es el del ecologismo bien entendido, el de la colaboración entre especies, el de que si nosotros hacemos algo por la Naturaleza, ella hará algo por nosotros. Sin embargo, por su cruz emergen rasgos más rancios: los pintorescos medios de protección civil de entonces. Los equipos de rescate de la época, más preocupados en almas que en cuerpos, se limitaban a dar los santos óleos a los humanos en trance de perder la vida, en vez de ayudarles a conservarla. Y, además, este irreverente cuentecillo jalancino nos explica el origen del nombre de esa covacha del Barranco del Zacae.
Un escarchado amanecer de febrero, recién enterradas las fiestas de San Blas, con las tapas de las orzas enyesadas y los cestos de pasteles ya en mínimos, una horda de jovenzuelos salió en tropel del pueblo por el Barranco el Rincón. Iban pertrechados con avío enfardelado para el día y porción de armas: hondas, tirachinas, navajas, “honcetes” y un viejo arcabuz que habían sacado de quién sabe dónde. Vociferantes y envalentonados, como si fueran a comerse el mundo en crudo, arrearon Salsipués arriba. Nada más despuntar el día, cruzaron un Campichuelo crujiente de hielo. Los tunantes iban de caza: “¡de caza mayor!” .

Como lobos al acecho, la partida se adentró en el Zacae siguiendo el rastro de una punta de “chotos, chotas y cabras montesas”. Aquí comieron, allí aligeraron los intestinos, al fin dieron con ellas en el barranco de la Cueva de los Charcoyos o de don Juan, donde, no sin esfuerzo, lograron separar a un macho del hato. Con gran griterío para aturdirlo, lo cercaron y apretaron a mendrugazo limpio. El rumiante, acosado y acobardado, arreó hacia el Charco del Zacae. Al llegar al barranco escaló a pezuña libre por el farallón de la izquierda. En un tris, el triscador ascendió con soltura un buen tramo de una pared muy inclinada, ¡casi vertical!

Alcanzado por los rapaces el pie del “cinto” vociferaron: “¡A por ella! ¡Cabra en sembrado, peor que nublado!”. Y empezaron a silbar tirachinas y hondas. Huyendo de la granizada, el bicho retomó el ascenso. Conseguida la distancia de seguridad hizo otra parada retadora, pues allí no llegaba el apedreo. El muy cornudo, ¡es intolerable!, se burlaba de sus perseguidores, los cuales echaron mano del viejo arcabuz. El oxidado cañón del artefacto no presagiaba nada bueno. Lo cargaron de pólvora en exceso, la prensaron en demasía, le metieron una carga de plomo con caída, prendieron la mecha y… ¡pin, pan, pun, pun, pun…! El arcabuz cobró vida cual rabo de lagartija y, huyendo de los que lo sujetaban (los que lo sujetaban también huyeron), empezó a resoplar por la boca, a pedorrear por el envés, a vomitar una granizada de bolitas de plomo. Parecía una víbora con retortijones de tripa.

De tener sentido del humor, allí mismo hubiera muerto el rumiante: pero de risa. La mirada burlona de la cabra cabreó a los chicos. El más osado se puso la navaja en la boca y, sin calcular los riesgos y espoleado por su cuadrilla, se lanzó contra el paredón. En menos que canta un gallo había trepado un buen trecho. La extrema verticalidad se vulneraba por las rugosidades de su superficie. El chavea, ciego de instinto depredador y animado por el griterío continuó la imprudente ascensión. Con cada minuto que pasaba el bicho estaba más cerca y el suelo más largo. Cuando la distancia entre el animal cuadrúpedo y el animal de su perseguidor se acortó, la cabra dio un respingo y volvió a trepar de forma virtuosa, contoneando el trasero, como si una moza anduviera con garbo por la calle Mayor. La repisa de una alta covachuela le sirvió de refugio. Encaramada allí volvió a observar con orgullo y desprecio a su obcecado enemigo.

El zagal trepador miró hacia el fondo y pensó: “¿Qué demonios estoy haciendo?” . Las voces de sus amigos lo aupaban hacia arriba, la ley de la gravedad lo llamaba hacia abajo. Tembló de vértigo. Probó a bajar, dio un traspié, se quedó colgando de una mano. Sus pies no encontraban apoyo. Así que, la única salida era ¡hacia arriba! Debía llegar hasta el abrigo donde estaba el macho cabrío. Allí hallaría reposo y ayuda. La vida le iba en ello.

La cabra miró al joven que se acercaba resollando con una navaja en la boca. ¿Habría minusvalorado las posibilidades de ese torpe bípedo? Apenas unas brazadas los separaban ya. El cuadrúpedo triscó nervioso hacia el borde del precipicio y atalayó buscando una salida del atolladero. Descender era imposible; el enemigo venía por allí. Subir más, también, pues la cavidad se cubría con saliente en voladizo. Por probar algo, escarbó con las patas y lanzó guijarros al abismo para entorpecer la ascensión del depredador. Mas al fin todo resultó inútil, pues al poco, un homínido que resoplaba como un fuelle de herrero llegó hasta él.

Abajo la chavalería aulló con ferocidad. El cojudo miró aterrorizado al jovenzuelo que recuperaba el resuello y -¡ay!- empuñaba una navaja cabritera. Al poco, animado por el griterío de sus compañeros, el chavea se irguió, avanzó…, levantó la mano… El filo del arma se reflejó en las pupilas de la cabra. Todo parecía perdido para ella, pero entonces, el aprendiz de matarife miró de reojo hacia el despeñadero que se abría junto a sus pies y de repente tomó conciencia de su situación. Su instinto asesino cedió ante el de supervivencia. Sus brazos cayeron yertos. La navaja se le escurrió como un pez y rebotó en el suelo.

Bestia y hombre, dos bestias y un destino, se miraron como nunca antes un hombre y una cabra se habían mirado. Quien no entiende una mirada, tampoco entiende una explicación. Y ellos, para mutua suerte, sí se entendieron: un extraño pacto de solidaridad nacido del terror se firmó con sus ojos. El chico barruntó que matar al animal equivalía a un suicidio. Entonces, desde abajo llegó un ensordecedor e inconsciente clamor:

-¡Tira la cabra…! ¡¡Tira la cabra…!! El eco rebotó en las paredes del cañón del Zacae y repitió hasta el infinito: “¡¡Tiraaa la cabraaa…!! ¡Tiraaa la cabraaa…!”.

El cazador estaba desolado. Si el bicho aún podía tener una vía de escape, él no tenía ninguna si no mediaba la ayuda -“¿cómo?”- de sus compañeros. Y en esas tuvo una idea.

-¡¡¡Ayudadme a bajar… y os tiro la cabra…!!! -espetó sin mucha convicción. ¡¡Y os tiro la cabra…!! ¡Y os tiro la cabra…! -repitió con sorna la resonancia del cañón.

El sol quebró la niebla por el Pico la Teja. ¿Qué podían hacer ellos? La panda de cazadores echó cuentas: dos horas y pico para llegar a Jalance, casi tres para volver… Antes de anochecer estarían de vuelta con gentes y aparejos para ayudarle a bajar y, lo más importante, “¡para cazar al cojudo!” Dicho y hecho. Salieron de estampida. Mientras, en la alta oquedad caía un silencio de muerte que fue barruntado por grajas y buitres. Los carroñeros revolotearon frente al pétreo patíbulo y aterrizaron en el paredón de enfrente, con sus ávidas miradas fijas en la cueva.

En la cuenca de ojo del paredón pasaban las horas como en un ensueño. Una somnolencia hecha de jadeos, galopes de corazón, miedos al vacío, vértigos y… miradas caprinas. Entornaba los párpados con la esperanza de que al abrirlos se encontrase en su cama, con el rostro de su madre. Vana esperanza: al levantarlos sólo veía el terrible despeñadero y la testuz cornuda y barbada. “¿Cómo pude subir hasta aquí? ¿Por qué hay que morir tan joven?” Para ninguna de esas preguntas tenía respuesta. Poco le podía ya quedar de vida al día; más o menos como a él. La noche lo helaría, como a la flor del almendro. Y al llegar la mañana yacería en buches carroñeros. El cornúpeto lo miraba como si comprendiera todo. Estaba quieto, pensativo, como disecado. De repente, el precoz atardecer se llenó de esperanzadores relinchos de mulo y de voces conocidas que parecían llegar del más allá, pero que brotaban del fondo del barranco:

-¡Arrepiéntete, Bizcuejo…! ¡Arrepiéntete, Bizcuejo…! La Divina Providencia acude en ayuda de sus hijos… ¡Aún de los que menos lo merecen…! ¡Aún de los más descarriados!

Era el vozarrón del cura, que venía en mulo. Junto a él, vistiendo rojas sotanas, cíngulos y albos roquetes, enarbolando candelabros y crucifijo, provistos de incensario, lámparas de azófar y cirios, una docenita de monaguillos. Descabalgó el prelado y, puestos todos de rodillas al pie del paredón bajo la covachuela, empezaron a destilar latines y rosarios. La cabra y el muchacho, los buitres y las grajas, todos tenían sus motivos, miraban atónitos el sacro espectáculo que se desarrollaba allá…, allá…, allá abajo. Parecían pastorcillos orando en el portal de Belén.
(Continua en II)

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Editoriales


Perlas en la web que llegan a nuestro correo-e

Hechando la vista atras:

Hubo tiempos en que las condiciones laborales y sociales eran leoninas e inhumanas. La sociedad debería tener la valentía de pedirse perdón por haber permitido que ocurrieran determinados acontecimientos:

- Contrato laboral
- Modos y maneras de conducta

POLITICOS ABUSONES

¡¡¡INDECENTE!!! ¡¡ESTO SI QUE ES INDECENTE!!

Ha dicho la Presidenta de la Comunidad de Madrid que es indecente que mientras la inflación es -1%, los funcionarios además de tener plaza fija, tengan una subida salarial del 5% (gran mentira por cierto).

Me gustaría transmitirle a esta Sra. lo que considero indecente.

Indecente, es que el salario mínimo de un trabajador sea de 624 €/mes y el de un diputado 3.996 pudiendo llegar con dietas y otras prebendas a 6.500 €/mes.

Indecente, es que un catedrático de universidad o un cirujano de la sanidad pública ganen menos que el concejal de festejos de un ayuntamiento de tercera.

Indecente es que los políticos se suban sus retribuciones en el porcentaje que les apetezca, (siempre por unanimidad de todos los partidos, por supuesto y al inicio de la legislatura).

Indecente es comparar la jubilación de un diputado y el de una viuda.

Indecente, es que un ciudadano tenga que cotizar 35 años para percibir una jubilación y a los diputados les baste con siete y los miembros del gobierno para cobrar la pensión máxima solo necesiten jurar el cargo.

Indecente es que los diputados sean los únicos trabajadores (¿?) de este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo del IRPF.

Indecente es colocar en la administración miles de asesores, amigotes con sueldos que ya desearían los técnicos más cualificados.

Indecente es el millonario gasto en mediocres TV creadas al servicio de la pervivencia en el trono de políticos más mediocres.

Indecente es el ingente dinero destinado a sostener los partidos aprobado por los mismos políticos que viven de ellos.

Indecente es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (y no digamos intelectual o cultural).

Indecente es el coste que representan a los ciudadanos sus comidas, coches oficiales, chóferes, viajes siempre en gran clase y tarjetas de crédito por doquier. (Tenemos más coches oficiales en España que entre Francia , Alemania y EE.UU. juntos ... alucina).

Indecente es que sus señorías falten de su escaño en los plenos una y otra vez y tengan seis meses de vacaciones al año.

Indecente es que sus señorías cuando cesan en el cargo tengan un colchón del 80% del sueldo durante 18 meses. (no vaya a ser que con lo "poquito" que han cobrado en su legislatura no les llegue).

Indecente es que ex ministros, ex secretarios de estado y altos cargos de la política cuando cesan son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del erario público.

Indecente , es que se pongan a parir en los debates la izquierda y la derecha y luego cenen juntitos en los mejores restaurantes ...y todo a cargo de nuestros bolsillos.

PERO LO MAS INDECENTE , ES QUE NOS TOMEN POR GILIPOLLAS.

Yo no soy funcionario , soy autónomo (aunque también podría ser ama de casa o astronauta ) y lo de los políticos me parece indecente.

¡¡INDECENTE!!

¿QUÉ SE PUEDE HACER ? Quedarnos de brazos cruzados , como siempre o hacer una gran protesta.

Se está proponiendo hacer una gran protesta PACIFICA a nivel nacional , para que nos dejen de tomar por tontos , fecha el 6 de septiembre del 2009, pásalo a todos tus contactos por móvil o por mail , que hay tiempo de organizarlo.

Se está planteando declarar el 6 DE SEPTIEMBRE " DIA NACIONAL DE SUS SEÑORÍAS "

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