Casi ocho mil villacarrillenses

Señor Alcalde; señores Concejales, señores representantes de los Partidos políticos, componentes de la Comisión para el Homenaje al Emigrante, amigos y amigas que habéis querido sumaros a este acto.

Pienso que este reconocimiento al emigrante, aunque llega algo tarde, lo tienen más que merecido esos casi ocho mil villacarrillenses que un día, en contra de su voluntad y acuciados por las necesidades, tuvieron que coger la maleta de madera o de cartón, el fardel con un mendrugo de pan y un trozo de morcilla y marchar para algunas de las regiones norteñas de España donde se les había asegurado que había trabajo.

Fueron principalmente Madrid, Cataluña, País Vasco, Valencia y Baleares los lugares escogidos y por allí se desparramaron con la ilusión de conseguir un puesto fijo de trabajo, el que fuera, porque no les arredraba nada, eran hombres hechos al duro trabajo, con las manos encallecidas por las herramientas del campo, aunque no todos eran labradores. En los lugares donde recalaron dieron muestras de su amor al trabajo, de su honestidad, de su laboriosidad y de su capacidad de sacrificio.

Ninguno, salvo raras excepciones, lo tuvo fácil al principio; los primeros años trabajaron en todo lo que les salía: peones de albañil, recogedores de basura, camareros, vendedores, pintores de brocha gorda, etc., hasta conseguir un puesto fijo en una gran empresa, factoría, taller o comercio, que era el sueño de todos ellos.

Tuvieron que luchar, en la mayoría de los casos, en ambientes hostiles, con costumbres diferentes y distintas lenguas pero no hicieron marcha atrás, no se amilanaron, se integraron, aprendieron el idioma y quisieron, y lo consiguieron, ser unos más en el concierto de la localidad de acogida.

Unos eran casados, con hijos o sin ellos, y otros solteros. Los que tenían hijos los vieron crecer, desarrollarse y estudiar en ambas lenguas allí donde existían, que aprendieron. Los que llegaron solteros se casaron, con nativas generalmente, y tuvieron hijos que ya no son andaluces, y con el paso del tiempo esos hijos también se casaron y tuvieron descendencia madrileña, catalana, vasca, valenciana o balear.

Podría Personalizar algunos ejemplos para que conozcáis hasta donde ha llegado el tesón, la inteligencia, el sacrificio de algunos de nuestros paisanos para conseguir lo que en su tierra se les negó, pero lo voy a omitir porque tendría que llenar varios folios.

Estoy totalmente seguro que de alguno de ellos, de lo que eran cuando se marcharon y lo que hoy son, su trayectoria os asombraría porque después de su jornada laboral y robándole horas al descanso, al sueño y al entretenimiento, se dedicaron a culturizarse o ha levantar una empresa y lo consiguieron.

Pero de lo que si estoy seguro es que ninguno de ellos ha podido olvidar sus orígenes: su amado pueblo, sus fiestas, el Corpus, la Iglesia y su torre, los adoquines de su calle, los vecinos y amigos. Todos ellos han pasado años en los que las lágrimas  afloraron a sus ojos recordando las andazas infantiles y juveniles, los encierros, el deambular por el Parque y el Paseo, y la pesadumbre por no poder venir a respirar el aire limpio y fresco de la Sierra de Las Villas o a darse un baño en el Guadalquivir o en el Aguascebas y deleitarse comiendo las ricas y sabrosas frutas de Mogón.

         Algunos tuvieron que ver pasar los años sin poder venir, a veces demasiados, y cada vez el salitre surgía de sus ojos como una torrentera. Me atrevería a decir que si las lágrimas derramadas por tantos ojos campiñeses hubieran caído sobre el pantano del Aguascebas, hubiera rebosado.

Los que fuimos a nacer en los años 30 y 40 del siglo pasado, los peores de toda la Historia de España, hemos sido los más castigados, los más desfavorecidos, los parias de una sociedad malsana e hipócrita que hasta nos obligó a ser emigrantes -que palabra más fea-, pero le echamos narices, por no decir otra palabra, y le cambiamos la piel y de ser una Nación agrícola, analfabeta y pobretona la elevamos hasta llegar a ser la 9ª potencia industrial del mundo.

Os voy a dar algunos datos que hablan por si solos de lo que fue y de lo que ha sido la emigración en la Comarca de Las Villas, que no es muy distinta a la padecida en la provincia o en la región.

En el censo del año 1960 la Comarca de Las Villas tenía 37.497 habitantes, en el año 1.980 había bajado a 22.348, o sea, 15.149 personas menos. Esto nos dice que en tan solo 20 años había perdido el 41% de su censo.

Villacarrillo, en el año 60 tenía 16.790 habitantes y bajó a 11.073 en el 80, había perdido un 34% de su censo.

Villanueva de 12.458 bajó a 8.691, perdiendo un 30%

Iznatoraf de 4.927 bajó a 1.283, un 74% menos.

Sorihuela de 3.322 bajó a 1,301, un 61%.

Estos datos, amigos míos, son escalofriantes, que un pueblo pierda 3 de cada 4 vecinos, como es el caso de Torafe, causa grima. Y que una Comarca rica y no solamente en aceite de oliva sino con  una buena cabaña ganadera, importante masa forestal y ricas huertas perdiera en tan solo 20 años 15.149 habitantes, un 41% de su censo, es de todo punto sobrecogedor.

Y para desgracia nuestra ya nadie podrá lograr que Villacarrillo recupere a esos ocho mil campiñeses que emigraron. En las plazas y calles de nuestro pueblo ya no se escuchara el sonido de algunos apellidos y motes, se han perdido para siempre. Y pongo como ejemplo a mi familia, en 4 generaciones -de mis padres a mis nietos- hemos sido 43 y de ellos, los 39 que vivimos, ninguno reside aquí. Pero lo más triste es que de los 26 de la cuarta generación no hay ni un solo villacarrillense.

Y lo mismo que a la mía les pasa a centenares de familias con el mismo dolor, el de que serán enterrados en una tierra que no los vio nacer.

Pero gracias a Dios han cambiado muchas cosas; Villacarrillo es hoy, aunque perdiera un 34% de su censo, un pueblo moderno, adecentado en sus calles y plazas, más rico y con menos pobres, aunque los siga habiendo. ¿Podrá recuperar el censo del año 1950 cuando llegó a sobrepasar los 20.000 habitantes? Mucho me temo que eso es más difícil que intentar ponerle unos calzoncillos a un pulpo o unas bragas a una sirena.

De la prosperidad de mi pueblo y de sus gentes me alegro sobremanera y sobre todo porque ya no dará más emigrantes, que es la peor de todas las dolencias, la herida que jamás cicatriza. Pero sois vosotros, los que tenéis la inmensa suerte de no haber tenido que emigrar, los que tenéis la obligación de laborar para que esta bendita tierra siga oliendo como el aceite virgen en las panillas.

Por último, señor Alcalde y Concejales, tenemos que agradecerles que nos hayan arrancado esa espina que llevábamos clavada en el corazón. Con este reconocimiento ya no nos sentimos huérfanos de compresión, hoy nos sentimos más campiñeses que nunca, lo que jamás hemos dejado de ser.

Gracias a todos por este Homenaje.

JOSÉ MARÍA REDONDO TORTOSA.
(Desde Almansa)