Por el Marqués de la Bragueta.
¡San Nabo de la Axarquía, Patrón de la morería! ¡Santa Picha centenaria, folladora y perdularia! ¡Santa Pitusa cristiana, que folla hasta con pijama! ¡San Pijo del marquesado, que a tres moras se ha tirado!
Dije y prometí que me follaría a las tres moras del harén de mi hijo Ben Kelameto y lo he cumplido, como no podía ser de otra forma. Su religión le permite tener tantas esposas como pueda mantener, y la mía me dicta que hay que follar a bolo suelto siempre y cuando tengas potencia en los bajos y sin mirar si es cristiana, mora, china, india, cobriza o malaya.
Yo, hasta los 85 años, no necesité medicación alguna para echar un polvo, pero a partir de esa edad comencé a pegar algún que otro gatillazo y me alarmé. Fui a mi Médico, le conté lo que me había sucedido en el último trimestre y me reconoció. Me sondeó los huevos, me toqueteó el nabo, el prepucio, el escroto, el glande y llegó a la conclusión de que las bolsas seminales no almacenaban semen suficiente para echar un remache.
-Señor Marqués, me dijo, la naturaleza es muy sabia y ha llegado usted a la edad en la que precisa ayuda para follar. La suerte que tiene es que esa necesidad se le ha presentado en el momento ideal para saciarla, hay en el mercado varios fármacos que ayudan a que el pijo se enderece y pueda echar un polvo soberano.
Me dio los nombres, la cantidad de pastillas a ingerir y la periodicidad. Adquirí 20 cajas de cada uno de estos medicamentos y nada más llegar a mi domicilio me tomé una de ellas, de 20 mg. A la media hora tenía el pijo como el paletón de un trillo, llamé a la cincuentona y le aticé el polvo más grandioso de mis últimos cincuenta años. ¿Cómo es posible que una simple pastilla te ponga el nabo echando chispas? Pues así es, y ni en mis mejores años la tuve tan tiesa.
Me puse más contento que un chiquillo con 10 bolas y una cristala. Preparaos, moritas de mis deseos, que os voy a follar como en los tiempos de Ataulfo, que aunque no comáis jalufo y ni os llegue su tufo, os voy a echar un remache que os vais a menear como un zapato en un bache.
Ya había ideado la forma y manera de que abrieran la puerta de su harén y una vez dentro les haría, a una cada día, un trabajo de artesanía cocheril.
Cuando vi que mi hijo Ben Kelameto entraba en la Mezquita para sus rezos, en la que permanecía más de tres horas de rodillas y haciendo genuflexiones, que por cierto cada vez que se agachaba para dar con los cuernos en el suelo se le escapaba un pedo estruendoso, yo llegué a la puerta del harén, llamé desaforadamente diciendo: ¡Fuego!, ¡Fuego! y enseguida abrieron la puerta, estando las tres en cueros. Me miraron sorprendidas y les dije que permanecieran en silencio mientras mis obreros sofocaban el siniestro. Cogí a la más joven, de unos 20 años, la llevé a uno de los dormitorios y le eché mano al chumino.
Como no me entendía, por señas le dije que se tendiera en la cama y obedeció. Estuve con ella más de dos horas y le hice que se corriera seis veces. La madre que la parió, no he tenido en mi larga trayectoria de macho hispano a una mujer en la cama que folle como esta morita.
Me hizo un traje de saliva con su lengua; me hizo una limpieza de encías de cojón de mico y cuando se la metí, me echó las piernas sobre mis riñones y comenzó una danza con el culo que me dejó el pijo como el de un cerdo, retorcido como un tornillo.
Cuando salimos, las otras dos esperaban y, en su lenguaje, hablaron entre ellas y supuse que le preguntaban por lo que habíamos hecho pues una de ellas, por señas, me dijo que al día siguiente, a la misma hora me esperaría. Ni que decirlo es necesario, al día siguiente fue Fátima (la primera se llamaba Aixa) y al tercer día Yasmina. Las tres quedaban tan a gusto en las dos horas que permanecía con ellas en la cama, que me indicaron que cada día estaría una de ellas dispuesta para la batalla camera.
Cuando llegó mi 99 aniversario llevaba follando con las moras 4 años, descansando solamente un día a la semana y en el Ramadan, que me jodía porque estar un mes entero sin follar a las moritas me obligaba a tirarme a las sirvientas, que ya estaban que ni para un barrido.
Pero he dejado para otro artículo lo más peliagudo de todo este mojete, se van a quedar ustedes de piedra con lo que les voy a relatar.
Los cuernos que tiene el moro se los puso un padre toro.
Dije y prometí que me follaría a las tres moras del harén de mi hijo Ben Kelameto y lo he cumplido, como no podía ser de otra forma. Su religión le permite tener tantas esposas como pueda mantener, y la mía me dicta que hay que follar a bolo suelto siempre y cuando tengas potencia en los bajos y sin mirar si es cristiana, mora, china, india, cobriza o malaya.
Yo, hasta los 85 años, no necesité medicación alguna para echar un polvo, pero a partir de esa edad comencé a pegar algún que otro gatillazo y me alarmé. Fui a mi Médico, le conté lo que me había sucedido en el último trimestre y me reconoció. Me sondeó los huevos, me toqueteó el nabo, el prepucio, el escroto, el glande y llegó a la conclusión de que las bolsas seminales no almacenaban semen suficiente para echar un remache.
-Señor Marqués, me dijo, la naturaleza es muy sabia y ha llegado usted a la edad en la que precisa ayuda para follar. La suerte que tiene es que esa necesidad se le ha presentado en el momento ideal para saciarla, hay en el mercado varios fármacos que ayudan a que el pijo se enderece y pueda echar un polvo soberano.
Me dio los nombres, la cantidad de pastillas a ingerir y la periodicidad. Adquirí 20 cajas de cada uno de estos medicamentos y nada más llegar a mi domicilio me tomé una de ellas, de 20 mg. A la media hora tenía el pijo como el paletón de un trillo, llamé a la cincuentona y le aticé el polvo más grandioso de mis últimos cincuenta años. ¿Cómo es posible que una simple pastilla te ponga el nabo echando chispas? Pues así es, y ni en mis mejores años la tuve tan tiesa.
Me puse más contento que un chiquillo con 10 bolas y una cristala. Preparaos, moritas de mis deseos, que os voy a follar como en los tiempos de Ataulfo, que aunque no comáis jalufo y ni os llegue su tufo, os voy a echar un remache que os vais a menear como un zapato en un bache.
Ya había ideado la forma y manera de que abrieran la puerta de su harén y una vez dentro les haría, a una cada día, un trabajo de artesanía cocheril.
Cuando vi que mi hijo Ben Kelameto entraba en la Mezquita para sus rezos, en la que permanecía más de tres horas de rodillas y haciendo genuflexiones, que por cierto cada vez que se agachaba para dar con los cuernos en el suelo se le escapaba un pedo estruendoso, yo llegué a la puerta del harén, llamé desaforadamente diciendo: ¡Fuego!, ¡Fuego! y enseguida abrieron la puerta, estando las tres en cueros. Me miraron sorprendidas y les dije que permanecieran en silencio mientras mis obreros sofocaban el siniestro. Cogí a la más joven, de unos 20 años, la llevé a uno de los dormitorios y le eché mano al chumino.
Como no me entendía, por señas le dije que se tendiera en la cama y obedeció. Estuve con ella más de dos horas y le hice que se corriera seis veces. La madre que la parió, no he tenido en mi larga trayectoria de macho hispano a una mujer en la cama que folle como esta morita.
Me hizo un traje de saliva con su lengua; me hizo una limpieza de encías de cojón de mico y cuando se la metí, me echó las piernas sobre mis riñones y comenzó una danza con el culo que me dejó el pijo como el de un cerdo, retorcido como un tornillo.
Cuando salimos, las otras dos esperaban y, en su lenguaje, hablaron entre ellas y supuse que le preguntaban por lo que habíamos hecho pues una de ellas, por señas, me dijo que al día siguiente, a la misma hora me esperaría. Ni que decirlo es necesario, al día siguiente fue Fátima (la primera se llamaba Aixa) y al tercer día Yasmina. Las tres quedaban tan a gusto en las dos horas que permanecía con ellas en la cama, que me indicaron que cada día estaría una de ellas dispuesta para la batalla camera.
Cuando llegó mi 99 aniversario llevaba follando con las moras 4 años, descansando solamente un día a la semana y en el Ramadan, que me jodía porque estar un mes entero sin follar a las moritas me obligaba a tirarme a las sirvientas, que ya estaban que ni para un barrido.
Pero he dejado para otro artículo lo más peliagudo de todo este mojete, se van a quedar ustedes de piedra con lo que les voy a relatar.
Los cuernos que tiene el moro se los puso un padre toro.
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