Por el Marqués de la Bragueta.
¡Santa Mora del Magreb, la que folla todo el mes! ¡San Morito Kelameto, tus cuernos miden un metro! ¡Santa Polla del Marqués, que se ha tirado a las tres! Santísima Virgen de las Tomateras, quien me iba a decir que en la última etapa de mi fecunda vida follando como un descosido me iba a ver envuelto en un follón de tres pares de cojones.
Ya les relaté el truco que puse en marcha para follarme a las tres moritas, cada día a una de ellas. Cuando esto acontecía yo llevaba ochenta años follando pues comencé a los quince y ya había cumplido los noventa y cinco cuando me follé a la primera de las moras.
Claro está que si no fuese por las pastillas no me hubiera sido posible tanto polvo. ¿Qué gran invento este de las grageas para que el pijo se te ponga como un mosquetón Mauser? A los inventores les haría un homenaje a nivel nacional, e incluso internacional porque tengo por seguro que los europeos, americanos, asiáticos y demás habitantes de este mundo utilizan este fármaco a diario. Si lo utilizamos los españoles pues no te digo nada los extranjeros.
Pero voy a lo mío. Yo estaba seguro que mi hijo Ben Kelameto no recelaba que tenía más cuernos que la ganadería de Pablo Romero; que sus tres concubinas se habrían de patas, cada día una de ellas, para que me las follara y que se corrían como una totovía del Senegal.
Cuando terminaba de tirármelas les hacía saber, por señas, que deberían estar más calladas que Carracuca y cumplían a la perfección. Ben Kelameto se las follaba pero iba a lo suyo, a disfrutar él y si ellas se quedaban a la Luna de Valencia pues a joderse tocan.
Y las moritas cansadas de ser folladas y de parir, sin apenas disfrutar, estaban hasta el moño de su dueño y señor. Por eso cuando se iban a la cama conmigo lo hacían más contentas que un tonto con una rosca de buñuelos.
Ben Kelameto, ya lo dije, se tiraba tres horas diarias en la Mezquita haciendo genuflexiones y rezando sin sospechar que durante ese tiempo una de sus concubinas estaba follando conmigo. Dije también que con cada genuflexión se le escapaba un sonoro pedo y una de las muchas veces fue de tal envergadura que el Almuédano se tiró desde la almena creyendo que era un bombazo.
Cierto día, cuando me hallaba en la cama con Fátima, después de hacerle un curriquiqui, me dijo: -Paisa, tenemos que hablar contigo las tres, así que vamos a vestirnos y salimos, que mis hermanas nos esperan.
Salimos a la salita y, acomodados en una alfombra sobre el suelo y con los pies cruzados, habló Yasmina, que era la de mayor edad, diciendo: -Paisa, estamos preñadas las tres y sabemos que eres tú el preñador. ¿Qué vamos a hacer ahora si Ben Kelameto recela que no es el padre?
-Creo que no debéis alarmaros porque él está convencido que el único que os folla es él y que, al igual que los otros 11 hijos, los que vengan son suyos.
-¿Y si salen blancos? Pregunto Aixa. -Pues le decís que puede haber influido el país, el clima, las comidas o cualquier otra circunstancia. Ya veréis como se la traga.
Y nacieron en la misma semana las tres, sí, porque fueron niñas y no eran ni morunas ni blancas, sino entreveradas. Una oreja blanca y la otra tostada; tres dedos blancos y dos negros. Un brazo, del codo para abajo, negro y el otro blanco. Vamos, que se podían alquilar para un circo.
Ben Kelameto ni siquiera receló porque ni se interesaba por los bebés, dejaba que sus mujeres los cuidasen y los amamantasen y él a lo suyo, a rezar, hacer genuflexiones, peerse y follar tres veces al día.
Yo el miedo que tenía es que les saliese la verruga en el diente, pero hasta que les saliesen los fijos, o sea, después de los de leche, no me preocupé y continué follándome a las moritas a diario.
Pero cuando las chavalillas iban a cumplir cuatro años pasó algo tremendo, algo que nunca esperé y que me hizo el más grande favor que jamás recibí. Pero lo contaré en otro artículo porque merece la pena.
Un moro con cornamenta es igual que una tormenta. Si es en verano jode el regadío, el secano y aumenta poco el pantano.
Ya les relaté el truco que puse en marcha para follarme a las tres moritas, cada día a una de ellas. Cuando esto acontecía yo llevaba ochenta años follando pues comencé a los quince y ya había cumplido los noventa y cinco cuando me follé a la primera de las moras.
Claro está que si no fuese por las pastillas no me hubiera sido posible tanto polvo. ¿Qué gran invento este de las grageas para que el pijo se te ponga como un mosquetón Mauser? A los inventores les haría un homenaje a nivel nacional, e incluso internacional porque tengo por seguro que los europeos, americanos, asiáticos y demás habitantes de este mundo utilizan este fármaco a diario. Si lo utilizamos los españoles pues no te digo nada los extranjeros.
Pero voy a lo mío. Yo estaba seguro que mi hijo Ben Kelameto no recelaba que tenía más cuernos que la ganadería de Pablo Romero; que sus tres concubinas se habrían de patas, cada día una de ellas, para que me las follara y que se corrían como una totovía del Senegal.
Cuando terminaba de tirármelas les hacía saber, por señas, que deberían estar más calladas que Carracuca y cumplían a la perfección. Ben Kelameto se las follaba pero iba a lo suyo, a disfrutar él y si ellas se quedaban a la Luna de Valencia pues a joderse tocan.
Y las moritas cansadas de ser folladas y de parir, sin apenas disfrutar, estaban hasta el moño de su dueño y señor. Por eso cuando se iban a la cama conmigo lo hacían más contentas que un tonto con una rosca de buñuelos.
Ben Kelameto, ya lo dije, se tiraba tres horas diarias en la Mezquita haciendo genuflexiones y rezando sin sospechar que durante ese tiempo una de sus concubinas estaba follando conmigo. Dije también que con cada genuflexión se le escapaba un sonoro pedo y una de las muchas veces fue de tal envergadura que el Almuédano se tiró desde la almena creyendo que era un bombazo.
Cierto día, cuando me hallaba en la cama con Fátima, después de hacerle un curriquiqui, me dijo: -Paisa, tenemos que hablar contigo las tres, así que vamos a vestirnos y salimos, que mis hermanas nos esperan.
Salimos a la salita y, acomodados en una alfombra sobre el suelo y con los pies cruzados, habló Yasmina, que era la de mayor edad, diciendo: -Paisa, estamos preñadas las tres y sabemos que eres tú el preñador. ¿Qué vamos a hacer ahora si Ben Kelameto recela que no es el padre?
-Creo que no debéis alarmaros porque él está convencido que el único que os folla es él y que, al igual que los otros 11 hijos, los que vengan son suyos.
-¿Y si salen blancos? Pregunto Aixa. -Pues le decís que puede haber influido el país, el clima, las comidas o cualquier otra circunstancia. Ya veréis como se la traga.
Y nacieron en la misma semana las tres, sí, porque fueron niñas y no eran ni morunas ni blancas, sino entreveradas. Una oreja blanca y la otra tostada; tres dedos blancos y dos negros. Un brazo, del codo para abajo, negro y el otro blanco. Vamos, que se podían alquilar para un circo.
Ben Kelameto ni siquiera receló porque ni se interesaba por los bebés, dejaba que sus mujeres los cuidasen y los amamantasen y él a lo suyo, a rezar, hacer genuflexiones, peerse y follar tres veces al día.
Yo el miedo que tenía es que les saliese la verruga en el diente, pero hasta que les saliesen los fijos, o sea, después de los de leche, no me preocupé y continué follándome a las moritas a diario.
Pero cuando las chavalillas iban a cumplir cuatro años pasó algo tremendo, algo que nunca esperé y que me hizo el más grande favor que jamás recibí. Pero lo contaré en otro artículo porque merece la pena.
Un moro con cornamenta es igual que una tormenta. Si es en verano jode el regadío, el secano y aumenta poco el pantano.
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