Joaquín Almunia, portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados durante la celebración del 34º Congreso Federal del PSOE allá por el mes de junio de 1997, opinó de Felipe González que:
«ha demostrado una vez más que es el político de más talla que hay en España, que tiene el socialismo español y probablemente el socialismo europeo en este momento».
Por otro lado José Borrell dijo:
«Papá se ha ido y hay que demostrar que somos mayores».
El diputado del PSC por Barcelona y ex ministro de Ministro de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente manifestó que:
«ha pasado la etapa de papá y mamá. Papá se ha ido y hay que demostrar que somos mayores. Una oportunidad del partido para ser adulto».
Manifestó la necesidad del partido de tener una dirección integrada e integradora, mostrando su interés por Javier Solana (secretario general de la OTAN) diciendo que:
«es el líder del PSOE con más activos y con menos pasivos».
Junto a la renuncia de Felipe González a ocupar la Secretaría General del Partido, en ese 34º congreso destacaron varios acontecimientos excepcionales.
Durante ese congreso los desheredados de Felipe González, con Juan Carlos Rodríguez Ibarra a la cabeza, hicieron patente su malestar en la elección del sucesor y del nuevo equipo dirigente, como comentaba FRANCISCO FRECHOSO en el artículo titulado “Almunia y el nuevo equipo dirigente del PSOE reciben un voto de castigo del 25%”, que publicó el periódico ‘El Mundo’ en junio de ese mismo año.
Este voto de castigo es un hito más en un Congreso histórico. Desde 1979 ninguna ejecutiva había recibido un rechazo tan significativo.
El proceso de renovación, que se inicio en congresos anteriores, culminó en este con la marginación total del sector guerrista. Este Congreso fue una vuelta de tuerca más en la derechización del partido. Así lo denunciaron los dirigentes del sector guerrista y es ese giro a la derecha el principal argumento esgrimido por Juan Carlos Rodríguez Ibarra para no legitimar la nueva ejecutiva con su presencia.
Para Almunia fueron muy duras las negociaciones que, en ese Congreso, mantuvo para conformar la nueva Ejecutiva Federal, tanto con los guerristas como con los barones regionales, que hicieron valer el apoyo social con que cuentan en sus respectivos territorios. En algún caso incluso hizo falta una llamada de Felipe González al nuevo Secretario General de los socialistas.
Por el contrario, para los renovadores será cuando comience la revisión de los principios ideológicos del partido, reflexionen sobre las nuevas ideas y estudien nuevas propuestas, sin las trabas del sector liderado por Alfonso Guerra, .
Analizada la ejecutiva emanada del Congreso de la despedida de Felipe González (voluntaria) y de Alfonso Guerra (obligada), se comprueba el alto número de licenciados y doctores universitarios que la forman, mayoritariamente de Derecho, Filosofía y Economía. Pero además la mayoría proceden de la clase media, casados y la edad media no supera los 45 años. Diría yo que empieza a vislumbrarse un nuevo partido cada vez más y más lejos de la izquierda obrera y socialista.
También en este Congreso Joaquín Almunia consiguió alejar la sombra de José Borrell, otra de las estrellas del Congreso, que pospuso sus aspiraciones a la Secretaría General cuando comprobó que los barones regionales se decantarían por Joaquín Almunia, pero lo tuvo que admitir en la ejecutiva pisándole los zapatos.
No todo fue un camino de rosas; Almunia, para acallar las voces que cuestionaron su liderazgo y poder afianzarse en él, afrontó una profunda reestructuración. Sabía que en el plazo de un año debería convocar un Congreso Extraordinario que culminara la tarea iniciada. El partido había aprendido de sus errores y, en ausencia de un líder carismático, querían poder decidirr sin fiarlo todo a la decisión del Secretario General. Por todo ello, tanto los dirigentes como los militantes, deciden democratizar su funcionamiento y convocaron unas elecciones primarias para designar al cabeza de cartel y candidato a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones.
Joaquín Almunia, flamante Secretario General del PSOE y con la corona de laurel ciñéndole la frente, que se creía haber vencido a José Borrell en la pugna por la Secretaría General, se lo jugó todo en esas primarias. Tan seguro estuvo de su triunfo que hasta se chuleaba diciendo que si no ganaba dejaría la Secretaría General del Partido. También es cierto que todo el aparato del Partido y los grandes gurús del socialismo, a excepción de Alfonso Guerra, estuvieron con él. No así las bases que, optando por el candidato con menos apoyo en el seno del aparato, dieron un corte de mangas claro a los dirigentes, y más concretamente a los barones regionales. Fue la rebelión de las bases.
Borrell estaba donde la izquierda social del partido le puso, pero no le dejaron propiciar ese giro real a la izquierda en la política de un PSOE dividido entre la mayoría social de izquierdas (las bases) y el aparato del Partido. Los contrapuestos sectores del Partido tomaron las primarias como el punto de partida de una "guerra civil dentro del partido”; los vencidos no ocultaron su deseo de que se estrellase el candidato magnificando sus errores y los vencedores saldando cuentas y reyertas pasadas.
Pero la esperanza generada por la victoria de Borrell se esfumó rápidamente. La bicefalia competitiva, la no convocatoria de un Congreso extraordinario que clarificase la situación política real en el Partido y la pretensión de que nada había pasado llevaron a la dimisión de José Borrell, demostrando con ello su coherencia personal y política.
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