Poemas ripiosos eróticos-irónicos-festivos (XXXIII)

Y DE CABRERO A CABRÓN.
Para un feo con entorchados.

Por el Vizconde de la Pitusa y la Vizcondesa de la Pepitilla.

Al regresar a la aldea, una vez lo licenciaron, sus padres no le obligaron a volver a su tarea Siete años de casado llevaba nuestro cabrero cuando el tío puñetero de chumino se había hartado. Y si cada día follaba era porque su parienta le agarraba la herramienta y al chocho se la llevaba. Si no llega a ser por ella, que era mujer ardiente y que lo ponía caliente, se habría apagado la estrella. No es que no se le empinara, pues tenía la edad propicia, es que le daba pigricia al pedir que la follara. Por ser los dos muy novatos él no le lamió la almeja ni ella chupó la molleja que dan momentos muy gratos. Siempre la misma postura, la llamada el misionero, que es la que se hace primero cuando ella aun es pura. Aunque en alguna ocasión se colocaba él debajo y ella le hacía el trabajo practicando el carretón. No follaron de costado, por delante o por detrás, ni en la alfombra o el sofá, ni en el baño alicatado. Follaban solo de noche, y en la siesta alguna vez, y aunque siempre hubo placer era ella la del derroche por las ganas que ponía y llevaba la batuta para que la cagarruta se metiera en la alcancía. !Santa Almeja de la arena, Señora del estropajo! ¿Qué le pasa a su carajo que estaba que daba pena? Y es que lo dice el refrán: Al monte tira la cabra y sobra toda palabra si ya no quieres follar. Pero lo que no quería era follarse a su esposa, aunque ella estaba hermosa, pero no le apetecía. Cuando el chocho le miraba, cubierto de negro pelo, le entraba como canguelo porque ya no le gustaba. Pero ella se lo agarraba y le obligaba a meterlo, y aunque no quería ni verlo al final un polvo echaba.

Y al terminar la función la espalda a su esposa daba y enseguida se acordaba de las cabras y el cabrón. Y es que fueron muchos años follando a cabras y ovejas y le crecieron las cejas fornicando a los rebaños. Y lo que se hace primero es lo que al fin permanece y lo que siempre apetece, meterla por el trasero. Estando un día en el corral vio a una gata en el tejado y enseñándole un pescado la atrajo hacia su lugar. Y la preciosa minina la sardina se comió y el largo rabo le alzó para darle vaselina. Las garras se las cortó y poniéndole un bozal se la metió por detrás y un polvo le encasquetó. La gata salió corriendo y a una acacia se subió; y la raja se lamió porque le estaba doliendo. Pero unos días después, paseando por las afueras, vio a una podenca en las eras y se le empinó el verdel. Con algunas artimañas al corral se la llevó y boca y patas le ató dándose muy buenas mañas. Cuando la tuvo sujeta se arrodilló por detrás y no le metió el pardal hasta que no estuvo quieta. Cuando el orgasmo llegó su mujer, que lo espiaba, un corte al pijo le daba y dentro el pozo lo echó. Si no te gusta el chumino, le dijo ella enfadada, mejor la tienes capada y que me folle el vecino. Y el pobre cabrero estuvo cerca de la defunción y ya nunca se empalmó pues quedó un pequeño tubo que su única función era la de la micción. Y acabó siendo cabrón porque su mujer follaba con todo el que le gustaba y en la misma habitación donde el cabrero moraba.

Casida de la tentadora.

Casida de la tentadora.

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