ME DUELE EL ALMA. (Y con éste me despido)

Por José María Redondo Tortosa.

Sí, amigos míos, me duele el alma porque constantemente veo a mi alrededor la inmundicia, la desfachatez, la hipocresía, la carencia de honradez, la falta de sentimientos nobles, la mentira, la infamia.

Me duele el alma ver con qué desvergüenza se pasea el infame, mentiroso e hipócrita para hacerse ver como hombre íntegro y honrado a sabiendas de que nadie lo cree, pero le importa un bledo lo que puedan pensar de él.

Me duele el alma verme rodeado de gentes sin escrúpulos de conciencia, sin dignidad y sin vergüenza.

Me duele el alma comprobar que el dinero sigue siendo el “poderoso don dinero” y se consigue engañar comprando conciencias adormecidas o maleables.



Me duele el alma que haya hombres y mujeres ensuciando la buena convivencia, que desprecian con su equivocado proceder la honorabilidad de las personas íntegras y generosas.

Me duele el alma que alguien diga que es cristiano y se deje ver en Procesiones y actos religiosos como un buen creyente para, acto seguido, insultar, difamar, mentir e injuriar a quien no le cae bien.

Me duele el alma que esos falsos cristianos no quieran estrechar la mano generosa que se les tiende, desprecien a quien los perdona y sigan con sus mentiras, difamaciones y falsedades.

Me duele el alma por no haberme equivocado, por comprobar que el falso seguirá siendo un falso, el hipócrita un hipócrita y el mentiroso un infame mentiroso.

Me duele el alma porque las gentes de bien, los que deberían arroparme y ayudarme para conseguir que esta gentecilla recapacite y pida perdón, se encojan de hombros y opten por callarse.

Me duele el alma por la desidia, la dejadez y la inoperancia de toda una sociedad que está siendo agredida, ensuciada, engañada y maltratada por los infames y mentirosos.
Me duele el alma por saber que son unos pocos los que están pudiendo con la mayoría. La mayoría silenciosa e inane que acepta ser humillada por los infames, los miserables, los que encima se ríen porque se sienten triunfadores.

Me duele el alma al recordar unos años de mi vida que han pasado entre la esperanza y la fe en mis congéneres, pero que al final me voy a morir sin conseguir que desaparezcan de la sociedad los que solamente viven para el mal.

Me duele el alma porque cada día que pasa veo más podredumbre, en todos los ámbitos de la vida, más asquerosidades, más injusticias y más sinrazones.

Me duele el alma porque me veo impotente para impedir que sigan campando a sus anchas toda esa chusma maloliente, que me asquea con solo ver a uno de ellos pasear su asquerosa figura por las calles de mi pueblo.

Me duele el alma por haber llegado a esta edad rodeado de piltrafas humanas sin haber hecho nada para que existan.

Me duele el alma, y mucho, que mis nietos tenga que convivir con los que enguarran, putean y ensucian la normal convivencia de los seres humanos. Ellos están siendo educados para ser hombres íntegros, honrados, trabajadores, sensatos y sinceros creyentes. Pido a mi Dios que jamás se vean salpicados por las iniquidades de alguno de estos infames.

Sé que me queda un trecho corto que recorrer de mi existencia, pero de lo que si estoy seguro es que llegaré al final del camino limpio, incólume, sin mancha alguna porque nunca me hice cómplice de un sinvergüenza y siempre denuncié sus infamias y mentiras.

Es por esta forma de ser, de la que no abjuro, que nunca tuve en cuenta los consejos de mis buenos y muchos amigos que me pedían que olvidara y no tuviera en cuenta las maldades de quien me insultaba, me injuriaba, me calumniaba o me difamaba.

Jesucristo echó a latigazos a los mercaderes del Templo. Yo empleo el látigo de la palabra para echarlos al fango del que nunca han podido ni podrán salir.