Por el
Marqués de la Bragueta.
¡Santísima Virgen de la
alcancía, Abogada de la Perra Gorda! ¡San Martillo del Herrero, que abrió
sesenta agujeros! Quien me iba a decir que en las puertas de mi centenario me
iba a convertir en padre y abuelo.
Queridísimos y sinceros
seguidores y admiradores, os voy a ser totalmente veraz en cuanto os voy a
relatar y tengo por seguro que os vais a llevar las manos a la bocha cuando
conozcáis lo que me ha sucedido en estos últimos tiempos.
Una vez ultimado el
reconocimiento de mi hijo, en el que tuvo que intervenir, aparte de la Justicia
española, el Califato de las Islas Chafarinas, el Síndico de la islas Perejil y
el Consejo de Ancianos de la Kabila kabileña de Ben Kelameto y ya con los papeles en regla, Libro de
Familia, pasaporte y DNI, me dijo que era casado y que tenía a toda su familia
en Marruecos por lo que iba a trasladarse a tierras africanas y traerse a su
parentela.
Lo que no me dijo el muy
mamón era el número de personas que componían su familia. Una semana más tarde
se presentó en mi domicilio con tres esposas y once hijos, que iban de los 13
años a los 3 meses. Y todos más tostados que una rebanada de pan en las brasas.
Menos mal que mi mansión es
grande y de las 42 habitaciones tuvimos que habilitar 3 para él y sus concubinas
y 11 más para los moritos. Hubo que construir una pequeña Mezquita para sus
rezos y genuflexiones, que estaban más tiempo enseñando las posaderas que de
pie. Entre cánticos, rezos y follisqueo, Ben Kelameto permanecía casi 22 de las
24 horas del día. Las dos horas restante eran para lavarse el pijo y cortarse
las uñas.
Pero el mayor problema vino
a la hora de las comidas; el primer día mi cocinero hizo un cocido con carne de
caballo, de cerdo, de gallina y pavo, y nada más ver un trozo de tocino en el
azafate, se levantaron y salieron corriendo gritando desaforados pidiendo a Alá
el mayor castigo para nosotros.
El único que chapurreaba
algo de español era mi hijo Ben Kelameto al que tuve que preguntar por los
motivos de la huida a uña de caballo de toda su parentela. Me dijo que no se me
ocurriera poner en la mesa el Jalufo (carne de cerdo), que en su Gabita (tribu)
nadie había comido nunca tocino, que ellos reverenciaban el Cus-cus para los
mayores y que los Goyetes (niños) solamente comían leche de camella y Habus
(pan). Me dijo que los Nazarani (cristianos) estábamos malditos por Mahoma por
comer Jabugo, Guijuelo y Trevélez. ¡Tócame los guevos, Periquilllo!
Le propuse construir una
cocina y que sus concubinas cocinaran sus comidas y me dijo que sus esposas
solamente estaban preparadas para follar y criar a sus golletes, así que no me
quedó más remedio que contratar a un tal Mohamed el Jalufoni, moro desecho de
tienta, que se jactaba de comer más tocino que una doña Isabel con este
apellido.
Otra de las cosas que me
jodían era que mis nietos me llamaran Jedd y Selibaini, que en su idioma quiere
decir abuelo y anciano. Me costó sangre, sudor y lágrimas conseguir que me
dijeran abuelo o yayo. Los muy cabritos se mondaban de risa cuando pronunciaban
yayo. Las 3 mujeres me llamaban Buya (padre) y jamás les pude ver la cara
porque siempre que salían de sus habitaciones se tapaban la cara con el Heike
(velo).
Me valí de mil triquiñuelas
para ver si conseguía verlas en cueros y, si hubiera sido posible, echarle un
remache a cada una de ellas, pero que si quieres arroz, Catalina en cuanto
llamaba a sus aposentos aparecían más tapadas que la virgen de los Agujeros
Negros, solamente les podía ver los ojos. A veces salía de madrugada y ponía la
oreja en la puerta y todo lo más que escuchaba era jadeos, gemidos y grititos,
pero en árabe.
Llegué a escuchar frases
como: Chinga la chunga chunguera, abre
las patas mujera. Y otras como: Morita tiene su chichi pelado como Pichichi. Me
pongo y miro a La Meca, me la unto con manteca y como el moro no peca por
follarse a una muñeca, aunque ella tenga jaqueca, me la tiro en Azuqueca.
Un día le pregunté a Ben, mi
hijo, si se las follaba a las tres a diario y me dijo estas palabras: Buya
(padre), has de saber que los moros tenemos la obligación de follarnos a
nuestras mujeres a diario. Yo lo hago al despertar, en la siesta y por la
noche, antes de acostarme, de esta manera impedimos que nos pongan cuernos
porque para un moro tener la frente con adornos es peor que cogerte un huevo
con la tapa de una arca.
¿Y cuando tienen el periodo?
Le pregunté y me contestó: -Pues la pongo a cuatro patas, mirando a la Meca, y
le clavo la estaca por el ojo magrebí, que es lo mismo que ojete en españolo.
Lo miré y pensé para mí: Pues lo siento mucho, hijo de mis
pecados, te tengo que poner cuernos con tus tres mujeras. Un Marqués de la
Bragueta no se ha rendido jamás si tiene a la vista un chocho, peludo o pelado,
y le da lo mismo si es de una española, chipionera o maragata, que una negra
Batusi, india tabajara o filipina
tagala. Estoy seguro que cuando las moritas prueben el nabo de un cristiano van
a cambiar hasta de religión.
Ben Kelameto, tu serás corniveleto pues tu padre a tus moritas les
quitará las braguitas y sobará sus pepitas.
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