UN HEREDERO QUE NO ESPERABA. (5)

Por el Marqués de la Bragueta.

¡San Melón de Villaconejos, Patrón de los entrecejos! ¡Santa Chocha de Barajas, Patrona de las Rebajas! Mis muy amados y queridos lectores y admiradores: La vida, a veces, te depara sorpresas por hechos o acontecimientos que jamás pudiste pensar que pudieran suceder.

El que a mí me ha ocurrido me tiene todavía con la mente obnubilada y el pijo alicaído. Me hallaba metido en la bañera, acariciándole el chocho a la cincuentona y cuando la tenía a punto de caramelo para que se me pusiera encima y encasquetarle un remache, entra el ama de llaves y me dice que tengo una visita muy importante.

Me vestí y salí para ver de quien se trataba. Allí, de pie en el salón, se hallaba una persona, totalmente desconocida para mí, que vestía chilaba y gorro fez. Lo miré detenidamente, él me miró con una sonrisilla de conejo y me tendió la mano. Fue al estrechar su mano cuando me di cuenta que tenía 6 dedos.

Se presentó como Ben Kelameto, natural de Tetuán e hijo de Zoraida Kemelolamió, mora de la morería que fue vendida por su padre a un aristócrata español durante el desembarco de Alhucemas.

Me quedé helado pues en ese momento me llegó a la memoria aquel suceso. Si, tenía unos 45 años cuando estuve en África como corresponsal del periódico La Voz de la Caballa para hacer varios reportajes sobre las formas, usos y costumbres de las magrebíes en la cama.

Para este trabajo tenía que encamarme con más de 50 moritas, que me las iba preparando un moraco, de nombre Yusuf  Kemelachupa, al que contraté por ser el mejor conocedor de las costumbres sexuales de sus paisanas.

Cierto día me dijo: -Paisa, hoy he conseguido una morita que tan solo tiene 15 años y está sin estrenar, si te interesa debes saber que su precio es el triple que todas las anteriores, pero creo que merece la pena. Cuando la tuve delante me quedé alelado. No había visto en toda mi larga carrera sexual una mujer como aquella.

Pagué lo que me dijo Yusuf y me quedé a dos velas, sin un maravedí, pero mereció la pena. Si alguna vez existieron las Diosas del Paraíso una de ellas debió ser su madre. Pero es que a su belleza física había que unir su maestría follando. En varias ocasiones le pregunté quien la había enseñado a comportarse en la cama como ella lo hacía y como no sabía ni  papa de español no me respondía, se encogía de hombros y me la agarraba, le daba varios meneos y chupetones y al catre de nuevo.

Quisiera que hubieran visto ustedes como besaba la morita de los cojones, en varias ocasiones estuve a punto de desfallecer porque no me dejaba ni un centímetro cubico de aire en los pulmones y la campanilla (glotis) me la sacaba hasta los dientes. Parecía de goma en la cama, se contorneaba como si tuviera pulgas en todo su hermoso cuerpo. Estuve muy cerca de que me tuvieran que sacar en una espuerta y ponerme al sol para recuperarme.

Y fue en cierta ocasión que nos hallábamos tendidos sobre una inmensa alfombra, en la que se follaba mejor que en la cama por su extensión y espesor, que me apercibí que tenía seis dedos en cada mano, pero es que también en cada pie eran media docena los dedos. No supo decirme a qué era debida tal anomalía física, así como que ni en su familia ni nadie de su kábila hubo nadie con semejante deformación.

No pude completar las 50 moras porque, como ya he dicho, se me acabó el parné y cuando llevaba casi un año con la de los seis dedos me vi obligado a regresar. Desde aquella fecha no había tenido noticias de la mora ni de su país.

Ben Kelameto me enseñó ambas manos y sus pies y pude comprobar que tenía 24 dedos. Me dio pelos y señales de su madre y del tiempo que estuvo follando conmigo. Me dijo que hacía dos meses que había fallecido,  que constantemente me estaba recordando y que decía que yo había sido el  español que mejor había follado en tierra africana. Así como que mi verga no desmerecía de la del mejor dotado de su país. Sus últimas palabras fueron: Vete a España, busca a tu padre y que te reconozca.

    Pero amigos míos, lo que me obligó a reconocerlo como hijo es que tenía en la dentadura, en el incisivo derecho, una verruga lo mismo que yo. Ya no me cupo la menor duda que era hijo mío y me alegré sobremanera porque me jodía morir sin descendencia y que mis posesiones y riquezas fueran a parar a las arcas de los cabrones que las han esquilmado.

Jalamajá, jamalajú que a los políticos les de por el cul.