Por el Marqués de la Bragueta.
¡Santa Polla con cien años, que no sufrió desengaños! ¡San Morito tontorrón, por un pedo la espichó! ¡Santas Moritas preñadas, por un Marqués bien folladas!
¡Santísima Virgen de las Calandracas! Lo reconozco, he sido toda mi vida un hombre de suerte, voy a cumplir cien años y nunca he derramado una lágrima. Desde que tengo uso de razón, soltero hasta los 18, casado hasta los 90 y viudo hasta el día de la fecha, no he sufrido ni siquiera enfermedades de alguna importancia. Tan solo en una ocasión tuve el mal de las garrapatas cornicabras y en otra la polla despellejada por haber estado todo un año follando a diario con cuatro mujeres en Chocholandia.
Soy el único varón que lleva follando 85 años ininterrumpidamente. El Libro Guinness avala mi record y en él figuro como el semental más grande que vieron los siglos. Nadie, tampoco, ha recibido más Títulos, Honores y agasajos que yo por mi trayectoria como conspicuo follador.
Ignoro lo que me resta de vida pero si consigo aguantar diez o veinte años más, voy a ser el macho hispano que más ha fornicado, siempre a bolo suelto, o sea, sin condón ni haciendo la marcha atrás. Y declaro bajo juramento que lo mismo el primer polvo, el del desvirgue a la Marquesa, que el último a Fátima, la morita, los disfruté con la misma intensidad y el mismo gustazo arrabalero.
El cabroncete de mi hijo Ben Kelameto sigue con lo suyo: rezos, genuflexiones, pedos y polvos. Los desayunos, comidas y cenas los adorna con un polvo a cada una de sus concubinas; cuando termina de follar, se lava la polla y se la raspa con papel de lija, se mete en la mezquita, hace sus rezos, dobla la bisagra en señal de acatamiento y se suelta un pedo estruendoso con cada movimiento. Si en vez de estar pavimentado el suelo con jaspe lo estuviera de madera, estoy seguro que en la primera genuflexión se hubiera quedado hincado por los cuernos.
Pero lo que nunca pudimos sospechar, pasó. Cierto día, durante los rezos al ponerse el sol y como fuera recién cenado, habiendo ingerido tres escudillas de habichuelas negras, porque las blancas abominaba de ellas por el color, en la primera genuflexión fue tan horroroso el pedo que se le reventó la vena tripera, que une el intestino grueso con el delgado y el recto y se quedó más tieso que un arenque de los Monegros.
Cuando el Almuédano dio la voz de alarma, después de soportar el estruendo del pedo que hizo tambalearse el edificio, ya no hubo nada que hacer, estaba más muerto que los hijos de don Frenando, que murieron de vez en cuando. Fue incinerado por deseo expreso de sus mujeres, que no quisieron de él ni las cenizas.
Tuvimos una reunión familiar, las tres mujeres, los hijos mayores y yo y acordamos que ellas tres y los 11 hijos que tuvieron con Ben Kelameto, volverían a Marruecos porque en España no consiguieron echar raíces, y que las tres hijas que tuvieron conmigo se quedaban bajo mi custodia pero, eso si, tuve que reconocerlas como hijas mías.
Les di una suculenta cantidad de dinero para que montaran un negocio de cordelería cordelera guanche en su ciudad natal y en una furgoneta de mi propiedad fueron trasladados a Algeciras, donde embarcaron para su destino final.
El mayor quebradero de cabeza lo tuve a la hora de reconocer a mis tres hijas; fueron nueve pruebas de paternidad, maternidad, de sangre, de orina, de saliva y hasta de excrementos. Y todo esto por no haberse inventado todavía la prueba del ADN.
Otro fue el cambio de nombres, pasaron de llamarse Jalila, Larissa y Farah a Dalmacia, Dorotea y Domitila. Hasta que las nenas se acostumbraron a sus nuevos nombres fue un follón porque cuando alguna de sus criadas las llamaba ni les hacían caso, había que llamarlas por su nombre moro. Poco a poco fueron entrando por el aro hasta terminar por acostumbrarse a su nuevo nombre.
Fueron criadas y educadas en consonancia a su estirpe y sin que se les privase de los caprichos que tenían. Las muñecas Mariquita Pérez y todo tipo de juegos infantiles, tanto de cartón piedra como de latón, llenaban sus cuartos. Cada una tenía su criada y a los cinco años les puse profesoras de Educación Costumbrista, Cívica y Religiosa, de Lumbreras y Fundamentos, de Gramática parda, de Geografía Puntiaguda Mundial, de Encaje de Bolsillos y Punto Cruzado. Y muy especialmente de Sexología sobre las herramientas chocheras y pijoteras.
Dalmacia demostraba inclinación por la Gramática parda, que llegó a dominar, Dorotea por la de Lumbreras y Fundamentos, y Domitila por los temas relacionados con los genitales. Creo que ésta es la única, por ahora, que viene demostrando que es hija mía ya que desde muy pequeña viene dando muestras de su afición por los temas relacionados con las zonas húmedas y bajas.
En mi testamento les lego seis Títulos nobiliarios a cada una de ellas, y varios palacios, castillos y casas señoriales, así como una gran cantidad de dinero en efectivo, acciones en diez grandes empresas del Ibex 35 y Bonos, Obligaciones y Letras del Tesoro.
Y les he dejado una carta manuscrita a cada una, que deberán abrir a mi fallecimiento, donde les digo y ordeno que lo primordial, una vez hayan alcanzado la mayoría de edad, ha de ser follar todos los días un mínimo de tres veces hasta que cumplan 60 años, y dos el resto de su vida. Que si tienen que poner cuernos, que no les importe, que el cuerno es un adorno invisible porque todo aquello que nace de abajo no se ve reflejado arriba.
La pena más grande que tengo por morir es que me han dicho que allá arriba no se folla, que lo primero que te recogen al entrar es el pijo y los cojones.
Qué pena que se me muera el canario.
¡Santísima Virgen de las Calandracas! Lo reconozco, he sido toda mi vida un hombre de suerte, voy a cumplir cien años y nunca he derramado una lágrima. Desde que tengo uso de razón, soltero hasta los 18, casado hasta los 90 y viudo hasta el día de la fecha, no he sufrido ni siquiera enfermedades de alguna importancia. Tan solo en una ocasión tuve el mal de las garrapatas cornicabras y en otra la polla despellejada por haber estado todo un año follando a diario con cuatro mujeres en Chocholandia.
Soy el único varón que lleva follando 85 años ininterrumpidamente. El Libro Guinness avala mi record y en él figuro como el semental más grande que vieron los siglos. Nadie, tampoco, ha recibido más Títulos, Honores y agasajos que yo por mi trayectoria como conspicuo follador.
Ignoro lo que me resta de vida pero si consigo aguantar diez o veinte años más, voy a ser el macho hispano que más ha fornicado, siempre a bolo suelto, o sea, sin condón ni haciendo la marcha atrás. Y declaro bajo juramento que lo mismo el primer polvo, el del desvirgue a la Marquesa, que el último a Fátima, la morita, los disfruté con la misma intensidad y el mismo gustazo arrabalero.
El cabroncete de mi hijo Ben Kelameto sigue con lo suyo: rezos, genuflexiones, pedos y polvos. Los desayunos, comidas y cenas los adorna con un polvo a cada una de sus concubinas; cuando termina de follar, se lava la polla y se la raspa con papel de lija, se mete en la mezquita, hace sus rezos, dobla la bisagra en señal de acatamiento y se suelta un pedo estruendoso con cada movimiento. Si en vez de estar pavimentado el suelo con jaspe lo estuviera de madera, estoy seguro que en la primera genuflexión se hubiera quedado hincado por los cuernos.
Pero lo que nunca pudimos sospechar, pasó. Cierto día, durante los rezos al ponerse el sol y como fuera recién cenado, habiendo ingerido tres escudillas de habichuelas negras, porque las blancas abominaba de ellas por el color, en la primera genuflexión fue tan horroroso el pedo que se le reventó la vena tripera, que une el intestino grueso con el delgado y el recto y se quedó más tieso que un arenque de los Monegros.
Cuando el Almuédano dio la voz de alarma, después de soportar el estruendo del pedo que hizo tambalearse el edificio, ya no hubo nada que hacer, estaba más muerto que los hijos de don Frenando, que murieron de vez en cuando. Fue incinerado por deseo expreso de sus mujeres, que no quisieron de él ni las cenizas.
Tuvimos una reunión familiar, las tres mujeres, los hijos mayores y yo y acordamos que ellas tres y los 11 hijos que tuvieron con Ben Kelameto, volverían a Marruecos porque en España no consiguieron echar raíces, y que las tres hijas que tuvieron conmigo se quedaban bajo mi custodia pero, eso si, tuve que reconocerlas como hijas mías.
Les di una suculenta cantidad de dinero para que montaran un negocio de cordelería cordelera guanche en su ciudad natal y en una furgoneta de mi propiedad fueron trasladados a Algeciras, donde embarcaron para su destino final.
El mayor quebradero de cabeza lo tuve a la hora de reconocer a mis tres hijas; fueron nueve pruebas de paternidad, maternidad, de sangre, de orina, de saliva y hasta de excrementos. Y todo esto por no haberse inventado todavía la prueba del ADN.
Otro fue el cambio de nombres, pasaron de llamarse Jalila, Larissa y Farah a Dalmacia, Dorotea y Domitila. Hasta que las nenas se acostumbraron a sus nuevos nombres fue un follón porque cuando alguna de sus criadas las llamaba ni les hacían caso, había que llamarlas por su nombre moro. Poco a poco fueron entrando por el aro hasta terminar por acostumbrarse a su nuevo nombre.
Fueron criadas y educadas en consonancia a su estirpe y sin que se les privase de los caprichos que tenían. Las muñecas Mariquita Pérez y todo tipo de juegos infantiles, tanto de cartón piedra como de latón, llenaban sus cuartos. Cada una tenía su criada y a los cinco años les puse profesoras de Educación Costumbrista, Cívica y Religiosa, de Lumbreras y Fundamentos, de Gramática parda, de Geografía Puntiaguda Mundial, de Encaje de Bolsillos y Punto Cruzado. Y muy especialmente de Sexología sobre las herramientas chocheras y pijoteras.
Dalmacia demostraba inclinación por la Gramática parda, que llegó a dominar, Dorotea por la de Lumbreras y Fundamentos, y Domitila por los temas relacionados con los genitales. Creo que ésta es la única, por ahora, que viene demostrando que es hija mía ya que desde muy pequeña viene dando muestras de su afición por los temas relacionados con las zonas húmedas y bajas.
En mi testamento les lego seis Títulos nobiliarios a cada una de ellas, y varios palacios, castillos y casas señoriales, así como una gran cantidad de dinero en efectivo, acciones en diez grandes empresas del Ibex 35 y Bonos, Obligaciones y Letras del Tesoro.
Y les he dejado una carta manuscrita a cada una, que deberán abrir a mi fallecimiento, donde les digo y ordeno que lo primordial, una vez hayan alcanzado la mayoría de edad, ha de ser follar todos los días un mínimo de tres veces hasta que cumplan 60 años, y dos el resto de su vida. Que si tienen que poner cuernos, que no les importe, que el cuerno es un adorno invisible porque todo aquello que nace de abajo no se ve reflejado arriba.
La pena más grande que tengo por morir es que me han dicho que allá arriba no se folla, que lo primero que te recogen al entrar es el pijo y los cojones.
Qué pena que se me muera el canario.
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