DIVAGACIONES SOBRE MI MISMO.

Por Armando Gresca y Lío.

Ayer fue un día cualquiera, me levanté a la hora de costumbre y después del aseo corporal desayuné y me fumé el primer cigarrillo del día. No tengo arreglo, pensé, no debería fumar y sigo cayendo en el vicio que me tiene atado desde hace 55 años. Mis pulmones deben estar con más hollín que la chimenea del Cortijo Alto; y me justifico a mí mismo con la cínica y tonta frase: De algo hay que morir.

Tenía que ir a la Asesoría que nos lleva la administración del edificio porque me nombraron jefe de escalera y hay que cumplir con las obligaciones del cargo. Salgo de casa y me dirijo a la vía principal del pueblo donde está ubicada la oficina. Tengo que caminar por la hermosa calle más de 500 metros y lo hago de forma pausada, sin prisas, lentamente porque mis años y mis dolencias no me permiten la aceleración.

Comencé a contar los pasos que debería dar y en dos ocasiones me equivoqué, pero al final calculé que había dado más de 600. Me paré delante de la puerta y encendí otro cigarro; mientras el humo penetraba en mis pulmones mi mente comenzó a razonar: He dado más de 600 zancadas y he empleado unos 10 minutos. He dado 10 minutos de mi vida para solventar una cosa nimia, que podía haberlo hecho con el móvil.

Ahora mismo tengo 600 metros recorridos y 10 minutos menos de vida. Si me hubiese quedado en casa tendría 600 metros más y los mismos minutos menos, o sea, que lo que debe contar son los minutos no la distancia. A la fea de la guadaña le debe importar un comino los pasos que yo haya dado porque es en el último segundo cuando ella tiene que comenzar su trabajo.

Mark Twain dijo: -Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada. Pues tengo que ser sincero, en esos 500 metros me he cruzado con varias personas y a algunas no las he saludado. Aunque no las conociera debería haberles dado los buenos días. Mientras se consume el cigarrillo me llega a la memoria que he pasado por delante de la Iglesia del barrio y no he hecho lo que me enseñaron en la escuela: Santiguarme e inclinar la cabeza.

¡Santísima Virgen de las medias rotas! Me estoy acercando pasito a pasito al final del camino y en lugar de limpiarlo de ortigas, piedras y cascotes lo estoy enguarrando cada vez más, y me estoy dando cuenta ahora, ya casi al término del viaje.

Me consuelo con las palabras de Clive Staples Lewis: -El futuro es algo que cada cual alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien sea.

Pues si eso es cierto no me queda más remedio que olvidar lo que haya hecho mal porque hubiera sido lo mismo hacer lo contrario. Pero recapacito y me digo: Pues no, no es eso, no has entendido bien la frase, deberías haber hecho las dos cosas que no hiciste y te sentirías mejor. Ahora ya no tiene remedio pero no debes olvidarlo.

Cuando salgo de la Asesoría comienzo a desandar lo andado y me vuelvo a cruzar con varias personas, pero esta vez si las he saludado aunque no todas han correspondido al saludo. Entonces me acuerdo de nuestro Cervantes: -Cada uno es como Dios lo hizo, y aun peor muchas veces.

No puedo criticar a los que no me han saludado porque antes lo hice yo. Vas por buen camino, Pepe, porque empiezas a reconocer que eres tan absurdo como todos los bípedos.

No, no me siento satisfecho, no comienza bien el día. Jean de la Bruyere sentenció: -No existe para el hombre más que una verdadera desdicha: incurrir en falta y tener motivos de censura contra sí. Pues sí, me auto censuro porque cometí dos faltas, no una, y por ello tengo que criticarme.

Y como dicen que el hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra intento fijar en mi mente lo sucedido esa mañana para que el resto de los días no tenga motivos de censura propia. Pero está visto que no depende todo de uno mismo, que tienes enfrente a otras personas que van a procurar aguarte la fiesta.

Jorge Luís Borges escribió: -Con el tiempo te das cuenta que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados al cuadrado. -Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en momentos de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Tuve amigos que me ofendieron, me difamaron y mintieron, me hicieron mucho daño pero espero que no me dure el dolor toda la vida, sería horrible tener que seguir viviendo con esas heridas.

Que Dios nos perdone a todos.