Por el difunto Marqués de la Bragueta.
¡Santa
Chocha y Santa Chichi, que se las folla Pichichi!, ¡Santa Teta con
pezón, que folla sin el condón!, ¡San Chumino Jinetero, que lo
folla el Manigero!, ¡San Chuminete afeitado, que hasta folla de
costado! ¡Santísima Virgen de las Alpargatas de Esparto, que viste
piel de lagarto! ¡San Sisebuto visigodo, siempre empinando el codo!
Queridos,
amados, recordados y añorados lectores y admiradores, tengo, por
cojones, que pediros disculpas por la tardanza en daros a conocer lo
que se cuece -nunca mejor empleado el término- en las Celdas de
Castigo del Infierno.
Diversos
avatares avatareados han ido retrasando la conversación que mantengo
con Tomasín para que me informe, explique, matice y suelte toda la
información que necesito para darla a conocer a mis siempre atentos
e impacientes lectores y admiradores.
Ya
les tengo informados que en el Purgatorio no existe el tiempo, ni el
día ni la noche, que todo es tranquilidad y sosiego sosegado; que
puedes caminar cien siglos seguidos y no te cansas; que puedes pensar
pero, eso sí, sin que los pensamientos atente a la moralidad y
buenas costumbres. Las partes bajeras son, a menudo, tan puñeteras
que te ves obligado a cogerte una oreja y atizarle un pellizco, si
antes no ha hecho acto de presencia el Purgonero y te sopla en las
pestañas.
Yo
ya he tenido que soportar a este personaje en multitud de ocasiones,
tanto es así que me duelen los sobacos, las meninges, el escroto,
los incisivos y hasta la vena del sueño de tanto soplo soplado.
Prefiero retorcerme la oreja a soportar un soplo de este vigilante,
al que no se le escapa nada.
¡Manda
guevos! (Perdónenme la vulgar expresión, propia de politiquillos
terrícolas) pero a este personaje, me refiero al Purgonero, se le
tiene pánico entre la población del Purgatorio. Nada más verlo
aparecer te dices: Vendrá a por mí o no seré
yo el escogido. Si pasa por tu lado y no te mira, respiras tranquilo
y te dan ganas de aplaudir, pero como el aplauso está prohibido por
la Ley 1111111/2222222, te contienes y santas pascuas, Timotea.
Estoy con
Tomasín, sentados sobre el musgo, con los pies cruzados y las manos
sobre los muslos, cada uno en los suyos no vaya alguien a pensar otra
cosa, esperando que comience su relato relatado.
Cuando
Tomasín iba a comenzar a hablar se le escaparon tres pedos que dejó
un trozo del césped, de unas diez hectáreas, sin musgo y fue
condenado por el Musgonero Mayor, que en seguida se presentó ante el
estruendo de las ventosidades y que al ver el estropicio le obligó a
reponer el césped hoja por hoja y a mano, porque aquí no hay ni
maquinaria ni herramienta de ninguna clase.
Reponer
diez hectáreas de musgo hoja por hoja requiere paciencia y arte y
Tomasín carece de las dos virtudes, es por ello que me ofrecí para
ayudarle a salir del atolladero. Por tan noble y loable ofrecimiento
fui condecorado con la Chapa de la Orden Ordenada y el Cordón de la
Archicofradía del Pájaro Pinto.
Nuevamente
veía que su relato se iba a retrasar y me acudió a la chilondra la
fatal idea de que alguien, no sé quien, está haciendo lo posible y
lo imposible para que Tomasín no hable ni cuente nada.
Es
por esta razón razonada del razonamiento que me dirigí al Musgonero
Mayor y le pedí si nos podía mandar una cuadrilla de dos o tres mil
personas para poder finiquitar el arduo trabajo. Me miró de soslayo,
porque es bizcorro, y me hizo lo que en la Tierra se llama un corte
de mangas, y que aquí se piensa y no se dice: Vete
a la mierda tontarra y ponte las antiparras que si te pones en
jarras, porque buscas alcaparra, alguien te dirá bandarra .
Ante
tal desmesura me dirigí a la Oficina de Reclamaciones y Peligros
Ambientales para solicitar que la pena fuera reducida a una décima
parte. Me recibió una zagala que nada más verla me recordó a la
Condesa de Chinchón, la que pintó don Francisco de Goya y
Lucientes.
Me
miró de arriba abajo, me guiñó el ojo izquierdo y me hizo pasar a
un reservado donde me echó los brazos al cuello, rozó su nariz con
la mía y me dijo: Marqués, ambos
pertenecimos a la Alta Alcurnia Terrícola pero aquí, y ya lo sabes,
no hay distingos por la sangre, así que lo que vienes a pedir debes
solicitarlo haciéndolo constar en un papiro, que pasará a la
Comisión de Asuntos Ornamentales y Hojarascas, que son quienes
dictaminarán si procede o no conceder tu petición.
Estuve
once horas y media rellenando la petición, la entregué, le pusieron
el sello de entrada y a mí el de salida en el culo. Y ahora a
esperar a que resuelvan. Si pasados noventa lustros no han
contestado, no nos quedará más remedio que apechugar y comenzar a
reponer el musgo. Pienso que entre hoja y hoja de musgo me puede ir
relatando cosas y casos.
Reponer
las diez hectáreas de césped, si nos recibes ayuda, es tarea tan
peliaguda, tan larga y tan macanuda que el Marqués y Tomasín, sin
siquiera sonreír, pedirán a la Guardia Civil que con tricornio y
fusil canten el kikiriki.
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