Por el difunto Marqués de la Bragueta.
¡San
Bartolo de Orellana, que folló a una prima hermana! ¡San Genaro de
Chinchilla, desvirgó a una chiquitilla! ¡San Blasillo de Morella,
que se folló a la Estrella tras comerse una paella! ¡Santa Tecla
del Piano, la desvirgó un primo hermano! ¡Santa Gamba de Barbate,
que follaba sin petate! ¡Santa Naranja de Alcira, se la tiraron la
tira!
¡Santísima
Virgen de la Teta al hombro! Estoy con mi viejo amigo Bartolo, el
hombre que durante sus noventa años en la Tierra pudo presumir de
tener el mejor bolo de España y parte de Almendralejo. Se jactaba de
haber partido un coco a golpes de bolo y llegó a partir, de una
tacada, nada más y nada menos que 15, batiendo el record que hasta
ese momento ostentaba un moro de Agadir, que llegó a partir 11 y que
le quedó el bolo como una ciruela pasa.
Me
dice que en una ocasión fue a una mancebía a echar un polvo y
cuando la puta le vio el miembro viril salió a uña de caballo
diciendo que se lo metiera a su prima hermana, que no estaba
dispuesta a que le rompiera las meninges chocheras con aquel bolo,
que parecía una chicha de hígado.
Como
había pagado de antemano exigió a la Encargada que alguna se
abriera de patas para echarle un calmante y no saliendo ninguna
voluntaria tuvo que ser ella, la Jefa, la que soportara el
zurriagazo. Esta pobre mujer quedó marcada para siempre porque
cuando le clavó el estoque se le torció la vista, o sea, que al
mirar un ojo lo dirigía a Chiclana de la Frontera y el otro para San
Sadurní de Noya.
También
me contó que tuvo problemas a la hora de elegir novia pues sabía
que tendría que ser una zagalona grande, que tuviera el chumino como
la sartén de un cortijo. Tuvo suerte pues encontró a una paisana
que medía uno noventa y pesaba ciento cuarenta kilos en canal.
La
noche de bodas, o sea, la del estreno virginal, la pasaron en una
choza en las afueras del pueblo porque sospechaban que el grito de la
muchacha al romperle la membrana podría a ser escuchado en Motilla
del Palancar, distante unos quinientos kilómetros.
Yo,
de vez en cuando, lo interrumpía para que dejara de contarme cosas
de su vida en la tierra y que respondiera a mis preguntas sobre las
Celdas, pero él a lo suyo, a seguir contando sus peripecias en los
años mozos. Me dijo que el desvirgue a su esposa fue como un drama
de Bertolt Brecht, si se ponía encima de ella, la tripa
obstaculizaba la penetración a pesar de su enorme pijo.
Entre
tiras y aflojas decidieron que ella se pusiera a cuatro patas y fue
cuano llegó el drama porque se equivocó de agujero y se lo metió
en el ojete, haciéndole trizas los esfínteres internos y externos y
el nervio hemorroidal. El grito de la mujer debió escucharse en
Torrelavega y fue ella la que tuvo que cogerle el nabo y ponerlo
donde debía meterlo. De nuevo otro grito atronó el espacio sideral,
porque la membrana estaba como la corteza del tocino, y esta vez pudo
ser escuchado en Almonaster la Real.
Me
dijo que aquella noche estuvieron dale que te pego follando a toda
pastilla, parando nada más que quince minutos entre polvo y polvo
para beber un vaso de marrasquino. No tuvo la precaución de ir
contando los polvos pero calcula que entre los quince y los veinte
debieron ser los que echaron.
Descansaba
unos minutos y sin atender a mis peticiones de que dejase de hablar
de él y sus polvos y me contase su estancia en la Celda de Castigo
en el Infierno, él seguía a lo suyo y se le hacía la boca agua
recordando su vida marital y sus escarceos extramatrimoniales, que
fueron muchos.
Decía:
-Mientras mi mujer no tuvo arrugas yo solamente la follaba a ella, a
razón de tres o cuatro polvos diarios, y con la particularidad de
que ella se corría siempre, pataleando y gritando. Tuvimos once
hijos, todos sanos y fuertes. Pero cuando estaba llegando a los
cincuenta y le llegó la menopausia, comenzó su declive y si la
solicitaba me mandaba a la mierda.
No
me quedó otra solución que buscar entre las viudas, separadas,
divorciadas y solteronas y como dice el refrán que nunca falta una
mierda para un tiesto, no me faltaron hembras para follar a diario.
Puedo recordar a varias pero fueron tres las que me dejaban para el
arrastre cada vez que me encamaba con ellas.
La
viuda de un Coronel del Ejército Republicano de la República de
Chipiona, la que fue esposa de un novillero de reses bravas, apodado
el Niño de la Pitusa que, según ella me decía, follaba menos que
un caracol dentro de una lata, y una solterona que para desvirgarla
tuve que utilizar un berbiquí con una broca de punta de carburo de
tungsteno.
Queridos
míos, no tengo más remedio que finalizar este memorial porque estoy
hasta los cojones de los cuentos chinos de Bartolo; no consigo que me
hable de las Celdas de Castigo y por eso lo he mandado a que le den
por el culo.
Mañana
me reuniré con el Genaro y el Blasillo a ver si ellos sueltan
prendas. Si estos dos no dicen lo que sospecho, armo un follón para
que me trasladen al Infierno y le doy por el culo a treinta y siete
Demonios para que me enchiqueren en una de las dichosas Celdas.
¿TENDRÉ
QUE DAR POR ATRÁS PARA A LAS CELDAS LLEGAR?
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