CHOCHOS, PIJOS Y PESPUNTES. (31)

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PUES ME SALÍ CON LA MÍA, QUERIDOS ADMIRADORES. LA PANDILLA DE MEAPILAS Y SANTURRONAS SE ENTREVISTARON CON EL ALCALDE Y LE EXPUSIERON SUS QUEJAS Y PROPUESTAS PARA LIQUIDARME LITERARIAMENTE. EL EDIL LOS MIRÓ, SE LEVANTÓ DE LA POLTRONA Y SE CAGÓ EN LA MADRE QUE LOS PARIÓ A TODOS, DICIÉNDOLES QUE EL MARQUÉS DE LA BRAGUETA ES EL MÁS ILUSTRE HIJO DE LA CIUDAD Y QUE YA SE HABÍA APROBADO EN UN PLENO DECLARARLO HIJO ADOPTIVO Y ROTULAR UNA AVENIDA CON SU NOMBRE.
LUEGO LE ORDENÓ A LA GUARDIA PRETORIANA QUE LOS LLEVARA A LAS CUEVAS DE MECA Y LES UNTARAN EL CULO CON CHAPAPOTE.
NADA MÁS NOTIFICÁRSEME ESTE ACUERDO, TUVE QUE EMPRENDER VIAJE A VARIOS PUNTOS DE ESPAÑA PARA RECOGER, PRIMERO EL TÍTULO DE SESADOR DE PATOS ALICAÍDOS EN LA ALDEA DE SAN CIPOTE DEL PALUSTRE; LUEGO EN ARGAMASILLA DEL TRASTERO EL DE MUÑIDOR DE LA CHARCA APESTOSA Y, POR ÚLTIMO, EL HONROSO TÍTULO DE MANISERO TOSTADO EN LA VILLA DE TALAVENTE DEL CACHORRO.

CHOCHOS, PIJOS Y PESPUNTES. (31)

Por el Marqués de la Bragueta.

Cuando cumplió los cuarenta estaba como una rosa porque es la mejor edad cuando se es mujer hermosa. Seguía con el novillero, que a diario la follaba y le tapaba la boca cuando al correrse chillaba, mordía y pataleaba. En cierta ocasión le dijo: Te portas como una loba pues nunca te hartas de pijo. No me canso de follar, le dijo ella al oído, sigue metiéndola entera cuando con ansias lo pido. Nunca él se lo negó, cuando el pijo le pedía, demostrándole que era de buena ganadería. Un macho de pelo en pecho, un tío de los de antes que al verla sobre la cama ni se quitaba los guantes. Arremetía como un toro y lamía como una vaca; follaba como un león por culo, boca y petaca. Siempre quedó satisfecha, siempre quedó relajada y siempre decía lo mismo: ¡Qué rica está la cuajada! Pero a estos toreadores le ofrecen chochos a manta y cuando se cansan de uno escogen el de otra santa. Algo más de cinco años, que conforman un quinquenio, la folló diariamente con ardor y con empeño. Y un día, después de follarla y chuparle los pezones, le dijo: Despídete de mi pijo y mis cojones. ¡Ay! Santa Cancha del Césped, Abogada de las botas! ¿Por qué le diría aquello cuando la tenía en pelotas? Porque ella se enrabietó y después se arrodilló, llorando le suplicó, y su cuerpo le ofreció, pero él no lo aceptó. Ella le dijo cabrón, chulo y hasta maricón y le dio tal bofetón que dio casi un trompicón. Él se abrochó el pantalón y en la cama la dejó.

Cuando se le fue el berrinche, muy triste pero calmada, cogió de nuevo la guía e hizo varias llamadas. A un pintor de brocha gorda fue al primero que llamó y le dijo que quería que pintara el comedor, los aseos y dormitorios, el salón y la cocina, y si se lo hacía a su gusto le daría buena propina. No estaba mal el muchacho, que era rubio y sonrosado, pero no le vio el paquete y ella quiso verlo armado. Al terminar su trabajo trescientos euros pidió y tras pagar la factura el chumino le ofreció. El muchacho abrió los ojos cuando le enseñó el felpudo y como era novato se quedó parado y mudo. Ella tuvo la sospecha que el chaval era inmaduro, que nunca había echado un polvo y estaba en estado puro. Lo llevó a su dormitorio, de prisa se desnudó y cuando la vio en pelotas el chaval se desmayó. Antes de que despertara le quitó los pantalones y observó que sí tenía el pijo y los dos cojones. Le echó un jarro de agua fría y el muchacho despertó, le quitó el resto de ropa y a la cama lo llevó. Él se dejaba llevar porque no sabía que hacer y ella le dijo bajito: El chocho me has de lamer y cuando me oigas chillar ya tendrás duro el carajo y entonces me lo colocas en la raja que hay abajo. El muchacho obedeció y cuando se la metió un alarido pegó del gustazo que le dio. Y cuando al fin se corrió la vista se le torció, un pedo se le escapó y casi se desmayó. Pero se recuperó y un nuevo polvo le echó. Ella fue y lo acarició y el muchacho se durmió.