Por los difuntos Marqués de la Bragueta y Marquesa
de la Braga.
Nuestros siempre amadísimos
y muy presentes amigos terrícolas. Seguimos con los festejos en honor de
Mandela, siguen apareciendo caras nuevas, blancas, negras, amarillas, cobrizas
y malayas, todas unidas por los mismos sentimientos de hermandad y unidad de
pensamientos.
Mires a donde mires siempre
ves caras sonrientes, amables, simpáticas, gentiles y agradables en extremo.
Juntamos nuestras manos, las entrelazamos y cantamos al son de la Banda y del
Coro, que no paran de interpretar sinfonías, melodías, aleluyas y maravillosas
canciones que nadie nos dicta y que surgen como por ensalmo.
Es lógico que cada uno cante
en su idioma pero eso es lo que hace que sea maravilloso el evento porque no
desentona, nadie se extraña que tantas voces al unísono canten y el conjunto
sea tan uniforme y armonioso que arroba por la belleza de las voces y la música
celestial. No os podéis hacer la más mínima idea de lo que supone ver a varios
millones de almas juntas, entrelazadas sus manos y cantando al son de los
instrumentos de la Banda y las angelicales voces del Coro.
Vemos a un grupo de
ancianos, de más de 500 años junto a otro de niños y niñas de corta edad
entonando las canciones y denotando en sus rostros la alegría por estar en este
maravilloso lugar. Sus rostros ajados y sus manos encallecidas no les impiden
reír y cantar. Durante su vida en la tierra fueron el paradigma de la honradez,
del trabajo, de la generosidad, de la solidaridad y del amor por su prójimo.
Pudimos reconocer al Tío
Blasillo, casado con la Tía Tomasa, que tuvieron 18 hijos, la mitad varones y
la otra mitad hembras, todos ellos tan honrados y trabajadores como sus
progenitores, que siguen la estela de sus mayores y ya se han hecho acreedores
a un lugar en este Paraíso. A su lado vimos al Tío Ángel y a su consorte, la
Tía Josefica, los Cobertera, que llevan en este lugar más de mil años y que
siguen siendo tan ejemplares como en su vida terrícola, como no podía ser de
otra forma. Me contaba el Tío Ángel que se siente orgulloso de su estirpe, que
las actuales generaciones de su etnia continúan siendo trabajadores
incansables, honrados y solidarios.
Frente a nosotros se
encontraban un grupo de gentes que durante su vida en la tierra solamente
disfrutaron de hambre, miseria y escarnios por parte de la sociedad. Hombres,
mujeres, ancianos y niños que padecieron la insensatez, la estulticia, la
incomprensión y la mala ralea de quienes pudieron ayudarles y no lo hicieron;
pero no se quejan ni maldicen, por el contrario, ríen, cantan y ruegan al
Todopoderoso por sus verdugos.
Y a gladiadores romanos,
soldados de los Tercios de Flandes, de las guerras Púnicas y Europeas, de las
dos mundiales que ofrendaron su vida sin despotricar hacia quienes los enviaron
para que fueran carne de cañón, sin un lamento y sin una palabra de crítica a
sus mandamases.
Y vimos a muchos africanos,
de raza negra, saltando y cantando, escuálidos y ojerosos por tanto
padecimiento. Y a otros muchos de la misma raza que murieron engullidos por las
terroríficas olas cuando, en pateras y cayucos, atravesaban el embravecido mar
en busca de un trabajo para no morir de inanición. Y a hindúes y paquistaníes,
indios de las etnias Apache, Comanche, Cherokee, Sioux, Cheyene, Navajos. De
las tribus Batusis, Pigmeos, Tabajaras, Aztecas, Mayas. Y a esquimales, lapones
y maoríes. También de todas las razas orientales, con sus ojos rasgados y su tez amarilla, pero lo mismo que el resto,
sonrientes y amables.
Vimos
como tomaba la palabra un jefe indio, Gerónimo y a su lado Toro Sentado y
Búfalo Bill que coreaban cada palabra del hablante y aplaudían mostrando una
hilera de dientes blancos y perfectos. Sus típicas vestimentas y el plumaje de
sus adornos los hacía singulares en un lugar tan singular como éste. Gerónimo no mostró encono alguno hacia los
europeos que liquidaron por completo algunas etnias y a los que quedaron los
recluyeron en reservas, cuando todo les pertenecía a ellos porque era suyo.
Luego apareció Concepción
Arenal, que dijo: Odia el delito y
compadece al delincuente. Las fuerzas
que se asocian para el bien no se suman, se multiplican. Y Francisco J. Cortés Ortiz, dijo: La alegría es el sistema de calefacción
del alma.
Y en ese momento apareció
Jesucristo que, mirando a toda la concurrencia, con voz potente, dulce y sonora
y con inmensa alegría, nos dijo: LA VIDA
ES COMO UN PUENTE, SE DEBE PASAR POR ÉL, PERO NO PERMANECER EN ÉL.
SI, AMIGOS DEL ALMA, SE DEBE PASAR POR ÉL AMANDO A TODO EL MUNDO, SIN
ODIO, SIN HIPOCRESÍA NI FALSEDAD. EL QUE NO LO ENTIENDA ASÍ QUE SE PREPARE, QUE BOTERO LO ESPERA. EN LA TIERRA HA PASADO O PASARÁ UNOS POCOS AÑOS, AQUÍ
SERÁ UNA ETERNIDAD.
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